El presidente Macri se ha visto obligado a pedir prestado al FMI para evitar recurrir al mercado en un momento difícil. Eso en Buenos Aires equivale a mentar al diablo porque, especialmente la izquierda, culpa al FMI del empobrecimiento de las clases medias tras sus rescates y, de paso, del resto de los males argentinos.
Los males siguen ahí. La inflación, el principal, en el 20 %, el déficit público en el 3 % y la falta de inversión extranjera. La mejora de los últimos años ha sido insuficiente para contener las primeras alzas de tipos en EE.? UU. y las primeras dudas sobre la capacidad de la economía local de corregir sus desequilibrios. Se ha intentado atajar la caída del peso elevando los tipos de interés al 40 %. Eso hace imposible la financiación del Estado vía bonos, aunque para este año tengan las necesidades casi cubiertas y Argentina solo tiene una deuda del 30 % del PIB.
Pintado así, el cuadro no parece tan feo. Dan mucho más miedo las acuarelas griegas, pero la diferencia es que Argentina no tiene el paraguas del BCE y paga más cara su deuda, concretamente, emitió en enero 9.000 millones de dólares al 6 % de media. Ahora sería imposible emitir a esos tipos bajos y solo queda el FMI.
Con todo, hay varios motivos para el optimismo: el país se ha abierto a la inversión extranjera; ha reducido la inflación a la mitad, aunque quede aún mucho por hacer; no tiene una deuda pública muy elevada ni un déficit público excesivo y no hay un Gobierno populista. La parte negativa es que no se puede vivir mucho tiempo con tipos del 40 %. Eso hunde la economía real y paraliza la inversión, favoreciendo solo a los tenedores de deuda pública.
Comentarios