Fue una sentencia más que polémica, pero logró un extraño consenso: impactó tanto a la opinión pública que hasta nos olvidamos de Cifuentes.
Horas después de la lectura pública del fallo, todos los trending topic aludían a la tristemente famosa Manada, la que cometió abusos sexuales en los sanfermines del 2016.
La decisión del tribunal no contentó a casi nadie. A los acusadores, porque no condenó a la banda del Prenda por agresión sexual; a la defensa, porque aspiraba a la absolución y se sintió respaldada por un polémico voto particular y discrepante de un juez; a los partidos políticos de izquierdas y a los gobiernos vasco y navarro, por ser «inconcebible» e «incomprensible» para la sociedad y por erosionar el imprescindible #NoesNo, recordado oportunamente por la Policía... Y, lo más importante, disgustó tremendamente a muchas mujeres, que sostienen (con razón) que estas decisiones las hacen vulnerables.
La difusión de la sentencia no apagó la controversia. La aumentó. Contiene dos relatos excluyentes sobre los mismos hechos y las mismas pruebas. Harán falta recursos, y otros jueces (o juezas), para tratar de zanjar un caso que remueve tripas, cabezas y conciencias, y en el que hay una mujer que fue víctima dos veces: de los abusos y de un malintencionado e injusto juicio paralelo.
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