Cinco contra una. ¿Hay que decir más? Sí, porque planean en el aire dudas, matices, voces que no se unen al desconcierto y la indignación que han salido a la calle a hacerse oír frente al fallo «ejemplar». Hay quien se afana en hilar fino cuestiones léxicas con tipos penales, pero no entiende, sin embargo, qué curioso, que no es no, que el silencio no vale por un sí, que una mujer (pongan un hombre contra cinco) en estado de shock no puede consentir, ni sentir excitación ni ira ni nada. Uno acorralado en un portal por cinco es intimidación, violencia estructural. Hay quienes hacen en segundos el cálculo mental en años de cárcel que separan un abuso de una agresión sexual pero no entienden, en cambio, que en un cinco contra uno no puede haber proporción, que un cinco contra uno es un 0,2.
Hay mucho de que hablar y que cambiar en los rebaños, incluso del orden y la moral. ¿Qué clase de individuos disfrutan con la agresión a cinco bandas, obtienen placer de la reducción de una mujer, asocian fiesta y violación? El Prenda, Alfonso Cabezuelo, Antonio Manuel Guerrero, Jesús Escudero y Ángel Boza, pero son más. Son al menos cinco más uno -o eso parece por su valoración y veredicto-, Ricardo González, el juez que se ha desmarcado para pedir la absolución de estos cinco prendas que andan medio absueltos, y han puesto al descubierto una gangrena social con togas que la cubren, un aparato institucional que interpreta la ley sobre la trampa y ha parido una condena ejemplar contra la dignidad.
El mensaje de fondo que lanza la sentencia es claro: ¿no tendrá ella, C, su culpa, no es un «mira qué incauta, se lo buscó»? Qué barato sale violar a una mujer. Porque humillarla es casi gratuito, a veces una inercia, incluso un punto extra en el rebaño del macho cabrío.
El mensaje social de fondo es: «Si no sabes defenderte como un hombre, quédate en casa, mujer. Esta es la ley de la selva. La fuerza bruta es el poder».
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