Considerar abuso sexual a la faena de cinco machotes hacia una muchacha de 18 años, penetrada, inmovilizada, sin poderse defender o huir, en un exiguo espacio sin capacidad de maniobra, además grabada y difundida, es para escandalizar y preocupar. En ningún momento del vídeo que -dicen- tampoco violó su intimidad, se confirma el consentimiento; si acaso, la aceptación ante un hecho irreversible. Pero como ni se rompió muñecas o tobillos a base de puñetazos o patadas, ni se tomó tiempo en planificar una huida, ni encontró un momento de distracción en cinco agresores decididos a satisfacerse, ella sola se lo buscó. No voy a poner calificativos a la Justicia, pero no tenemos motivos para la tranquilidad. La moraleja es que cuando la víctima eligió la vida antes que la honra es porque no le molestaba tanto y que habría salido ganando si no hubiera denunciado. Visto lo visto, no debería sorprendernos que el que interponga recurso contra esta dura sentencia, sea el abogado de la manada.
Si yo fuera padre, no creo que estos chicos «que ligan tanto», según argumentaba en su defensa como para no necesitar violar, pero que están incursos en otra denuncia por un suceso parecido, sean el ejemplo que desearía para mis hijos, ni esta sería el tipo de relación que querría para mis hijas. Por lo de pronto, no sobra recordar que cada vez hay más casos de hombres que violan o abusan de otros, cuanto más jóvenes mejor, que no se denuncian por miedo o por vergüenza.
Quién sabe si el magistrado que hizo un voto particular por considerar que estos hechos violentos merecían la total absolución, llegará algún día a conocer de cerca de qué estamos hablando quienes no queremos que nuestras hijas, nietas, amigas o desconocidas vuelvan a sentir el miedo a los hombres que otrora inculcaban madres y abuelas.
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