Hay quien hace de las ausencias su mayor presencia. No es fácil. Exige perseverancia. La voluntad del silencio. Aplicar sin titubeos la doctrina del «mejor, calladito». La convicción de que, con tiempo y el abandono suficientes, es más probable que llegue la curación que la podredumbre. No importa que revoloteen las moscas. El «quien calla, otorga» se convierte en un «quien calla, vence». En fin, que así pasan los días y ahí sigue Cristina Cifuentes. Como si nada. Para vosotros el máster, que yo me quedo con la presidencia. No importa darle ese pequeño bocado al currículo ahora que entre la universidad y ella han conseguido degradar el valor del título a la categoría de preferente. «Tengo el apoyo de mi presidente» y olé. Cada minuto que pasa es una muesca en la marca España. Menos mal que se trata de un asunto capitalino y no de un escándalo de provincias (como dirían muchos de Madrid y unos cuantos de Barcelona). Porque ya estaríamos hablando del caciquismo gallego, del atraso extremeño o del morro andaluz. Cifuentes, por muy metropolitana y central que parezca, es una gran mancha de aceite en la política y en el sistema universitario español, que debería someterse también a examen. La autocrítica no es la especialidad en el ámbito político, pero tampoco en el académico. A veces parece que en la universidad solo se corrigen trabajos de estudiantes y se pasan por alto durante décadas las grandes taras que no llevan precisamente hacia la excelencia. Con responsables que se hacen los rubios, como diría la presidenta. De nuevo la estrategia del «circule, que aquí no ha pasado nada». Y ahí siguen. El silencio. Y la gangrena.
Comentarios