No hace mucho coincidí con Valentín del Fresno en Benidorm, donde el acuarelista piloñés pasa temporadas en compañía de su familia, y me extrañó no verlo como siempre, con su caballete y sus otros aperos de artista plástico. No pude resistir la tentación de preguntarle si no estaba «acuarelizando» el Mediterráneo, y me dijo «que no, que no sabía muy bien por qué, pero que la verdadera inspiración la sentía en el norte, en Asturias…». Me quedé pensativa un rato, y repasando mentalmente caí en la cuenta de que toda la obra de Valentín del Fresno es un retrato continuo, incansable y casi infinito del alma de Asturias.
Es más, creo que si Asturias fuera un reino todavía, Valentín sería el pintor de cámara del mismísimo Don Pelayo… De hecho en su juventud piragüera ya fue su escudero en aquellos míticos desfiles del Descenso del Sella, que son tan históricos como el reino que inauguró Pelayo.
Porque Valentín del Fresco se crece como artista y como persona cuando está en Asturias y especialmente cuando está en su oriente de Asturias, al que pertenece por DNI y por ADN.
Valentín, que nació a la orilla del río Piloña, es una especie de híbrido entre trucha y salmón, entre el dios Neptuno y un tritón, y cuando le hablas de los ríos de su vida - el Piloña y el Sella - se le ilumina la mirada y se le incendia la paleta de esos colores tan característicos de su obra - verdes, ocres, tierra, grises…-.
De trato afable, sencillo y accesible, Valentín es el antidivo. Para él es tan importante crear, como creer en sus amigos, y de hecho es muy habitual encontrártelo en cualquier rincón «afayaizu» con su paleta y caballete en plena sesión artística, y con su grupo de amigos contemplando la evolución de la obra de este Michelángelo del acuarelismo, cuya capilla Sixtina son los cielos astures, y sus ángeles, las xanas que lo aguardan al pie de cualquier recodo de un río.
Con aire de cómico británico al estilo Benny Hill, si algo destaca socialmente en su personalidad es su proverbial sentido del humor, que estalla a raudales en los momentos más inesperados. Valentín es el rey de la ironía atlántica, y nunca se cansa de hacer sonreír a los demás. Un gesto de generosidad que es muy de agradecer, sobre todo en estos tiempos donde casi todo se mide por la «chequera», y donde el personal anda permanentemente malhumorado si no tienen de golpe el caprichín de turno o la suerte de su vecino…
Prolífico donde los haya, Valentín es un tipo trabajador y disciplinado, y el mejor relaciones públicas de su propia obra (cualidad que no suele abundar en los artistas). Y fruto de la disciplina de toda una vida son miles de obras que reflejan, con trazos de agua teñida de infinitos colores y matices, casi cada centímetro de la piel de Asturias.
Allí donde haya un hórreo o una panera, un puente o una caleya, una ermita o una montaña, una nube, un río, un trasgu, un cuélebre, un tritón o una piragua, allí estará Don Valentín del Fresno - como lo llaman con admiración algunos de sus paisanos - para arrancar esa instantánea, ese momento irrepetible, esa luz imposible, esa Asturias que solo existe en la imaginación de aquel chaval de Infiestu, que un día descubrió que la mejor fuente de inspiración que existía era su propia casa…
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