El acorde del deseo

OPINIÓN

17 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1849 y por motivos políticos, Richard Wagner huye a Zurich desde Dresde. Es Otto Wesendonck, un rico comerciante de seda, el que le acoge y financia. En esos días Wagner trabajaba su magna obra el Anillo de los Nibelungos. Quizá buscando un descanso en la complejidad del proyecto en que estaba enfrascado, o porque había iniciado un affaire con la esposa de su mecenas, se siente atraído por la leyenda medieval de Tristan e Isolda ? el amor imposible e irrefrenable- e inicia la composición de una drama musical en tres actos con ese título

Hasta aquí una historia más de la época romántica, trufada de pasiones exaltadas, grandilocuencia e historias rocambolescas, pero el inicio de esta ópera wagneriana contenía una sorpresa. El Preludio a los tres actos, la parte musical en la que el compositor hace un compendio, a modo de resumen, de los temas que desarrollará en lo sucesivo, se inicia con un acorde singular, compuesto por cuatro notas (Fa, Si, Re# y Sol#), dos de ellas separadas por dos intervalos de cuarta aumentada y las otras dos por una tercera mayor. Esto es, un acorde perfectamente disonante, al que se llega y se sale por movimiento cromático. Es el que posteriormente se denominó como acorde de Tristan o acorde del deseo. Pero no solo es disonante, también es atonal; o mejor dicho, su sentido tonal es difuso y por tanto indefinido. No existe acuerdo en este campo entre los estudiosos: unos afirman que ocuparía la función de dominante como séptima de sensible de La menor;  otros que realmente sería la subdominante de la tonalidad citada; y otros que se trataría de una sexta aumentada «a la francesa». En los tres casos entendiendo que el Sol# (la nota más aguda) es realmente una apoyatura hacia el La, o sea una simulación, algo que aparenta ser lo que no es. Sea como fuere, el intervalo se compone de dos tritonos y los movimientos de salida y entrada son cromáticos. En resumen, Wagner incumple todas las normas en vigor de la armonía, se salta a la torera el dogma sin ningún miramiento. Es más, introduce el Diabulus in Música justo en el punto de partida de su composición.

Diabulus in Música fue la denominación que se dio en el Medievo, justo en los albores de la armonía polifónica, al tritono o intervalo de cuarta aumentada (aquel que se produce cuando entre dos notas hay tres tonos justos), por considerarlo la disonancia entre las disonancias. Wagner lo utiliza por partida doble, generando una sensación de tensión que precisa consumación. Esta sensación, además de existir en la interválica, se asienta sobre la indefinición tonal, sobre la supresión de lo que había sido hasta el momento la función musical más transcendente: la jerarquía de la tónica hacia la que todo confluía y desde la que todo se edificaba.

Desde el nacimiento de la polifonía (siglo XII) hasta el sinfonismo del siglo XIX, occidente había desarrollado las formas musicales más depuradas de la historia de la humanidad. Estas se asentaban sobre el denominado sistema tonal que se basa en la jerarquía de la tónica y en las relaciones que el resto de notas manifiestan con ella y que emanan de la sucesión de armónicos constitutivos de cada sonido. La tónica delimita las consonancias y las funciones resultantes. Se trataría de algo similar a un estado monárquico (la consanguinidad sería la equivalente a la consonancia) o al sistema solar copernicano con los planetas girando alrededor del sol. Lo que hace Wagner es afirmar que otro sistema de relaciones es posible y lo hace de una manera brillante, hermosa y magistral, por lo que resulta difícil discutírselo.

Muchos piensan que el  compositor alemán solo pretendía resolver un problema de expresión musical. Plasmar en sonidos el deseo irrefrenable de los amantes y la imposibilidad de su consumación. El artificio que utiliza es la tensión de la disonancia y la indefinición de la nebulosa tonal, todo en el fluir cromático. Es un conflicto que no llega a resolverse, un deseo de consumación aplazada porque la tónica es fantasmal, casi un espejismo. Sea cual fuere el propósito del compositor la resultante fue abrir una grieta en el sistema tonal por el que se fue colando el diabulus in musica  en forma de atonalismo, serialismo integral, electrónica, aleatoriedad… Un mundo nuevo hacía su aparición en el arte sonoro. Y curiosamente porque tampoco podía ser de otra manera, el mismo nivel de perfección que había alcanzado el sistema tonal implicaba que, para seguir avanzando, era preciso sobrepasarlo, destruirlo. El dogma mismo contenía el germen de su destrucción.

Y ¿por qué les cuento todo esto? Por dos motivos: por mi admiración ante la maestría que despliega Wagner en el uso de apoyaturas y cromatismos, para dar sentido a una nebulosa de tensiones y choques. Y en segundo lugar porque el acorde de Tristan nos lleva a reflexionar sobre la levedad de los sistemas humanos y su fragilidad ante lo disonante. El dogma es frágil.

En nuestro caso la clave estuvo en la simulación, en aparentar ser un acorde de sexta aumentada  a la francesa sobre una tónica difusa, cuando realmente se trata de dos tritonos superpuestos. En otras palabras, el Diabulus que, a modo de virus,  ha utilizado un resquicio para introducirse en el sistema musical y disolverlo. Y la ocultación se ha asentado sobre el deseo.

Vivimos tiempos de cambios que, por acelerados, alcanzan el nivel de imprevisibles. Nuestro sistema, que ha conseguido logros admirables (cotas demográficas insospechadas, un sistema sanitario que proporciona una longevidad envidiable, una economía proveedora de una calidad de vida elevada…) presenta síntomas de que las circunstancias, que lo han hecho posible, están mutando ( un ejemplo es la robótica sustituyendo al trabajo humano). Prepárense para que alguien abra un resquicio por el que se cuele cualquier diabulus progenitor de virus que preludien el cambio… ¿O ya se habrán colado?