Fue, de momento, la estrella de la convención. No subió al estrado ni arengó a la militancia, pero se paseó entre una nube de cámaras y micrófonos, como una estrella del rock. Repartió sonrisas como si fuese a recoger un disco de platino. Nada en su rostro demostraba que hubiese pasado una mala noche. Tiene un andar garboso que no es el andar que lleva a los patíbulos. Y se la oyó suspirar cuando Dolores de Cospedal habló de «defender a los nuestros». Los nuestros… Esa es la clave, lo que da sentido a la convención, lo que permite hablar de piña, de unidad frente al enemigo que avanza por las trincheras de las encuestas, de solidaridad con los perseguidos por la conspiración. Y una de las perseguidas era ella, la auténtica, la irrepetible, la insuperable Cristina Cifuentes; la única que, entre todas las mujeres de la asamblea, salvo Ana Pastor, podía ser llamada presidenta con mando en plaza.
Valor lo volvió a demostrar. Cualquier otro, cualquier otra hubiese optado por la distancia para no suscitar tanta mirada inquisitiva. Cualquier otro, cualquier otra habría sentido miedo escénico y miedo a dinamitar con su presencia una reunión que aspira a ser algo así como la asamblea de eso que antes se llamaba de refundación. Pero ella no sabe lo que es la palabra miedo. Desprende seguridad. Se presenta ante los medios y lo dice con toda convicción: no va a dimitir. Lo dice cuando la España mediática tiene preparado su obituario político. Lo dice cuando las tertulias la acababan de enterrar. Lo dice cuando casi nadie le ve más salida que la dimisión. A veces parece que va a anunciar: «No me marcho aunque pierda la moción de censura».
¿De dónde le viene esa seguridad? Puede ser que de Rajoy, que todavía no le retiró el «sé fuerte, Cristina». Y puede ser que ha conseguido un primer éxito: con artes de malabarista está convirtiendo el caso Cifuentes en el caso Universidad Rey Juan Carlos. Está logrando que las dudas que suscita su máster sean dudas sobre el rector. Y es posible que consiga que el fiscal ponga sobre él su dedo acusador. Ella se fabrica su coartada con decir que no falsificó nada y que sus papeles, si son falsos, son los remitidos por la Universidad. Ella, con el espectáculo que montan el director del máster y el rector tiene bastante. Solo le queda resistir y mantener que no ha mentido. Sabe que ha perdido la batalla de la credibilidad social, pero aprendió que en España el que resiste gana. A corto plazo, sigue estando en manos de Albert Rivera. Y su confianza es que Rivera no quiera una foto con Podemos. Después de conseguir que su caso sea el caso Universidad, solo le falta que empiece a ser el caso Ciudadanos. Y también lo puede conseguir.
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