Ya no es suficiente ni esconderse bajo tierra. Quince niños y dos mujeres murieron a comienzos de esta semana al ser bombardeado el refugio en que se encontraban, sito bajo una escuela. Hubo, además, medio centenar de heridos. Ocurrió en Guta Oriental, el más actual escenario del inacabable horror de la guerra siria.
Fue solo uno más. Las víctimas civiles en escuelas, en hospitales o en sus propias casas se suceden sin pausa en los siete largos años de un conflicto en que se mezclan la lucha de grupos insurgentes contra la dictadura de Al Assad, las acciones con apoyo internacional contra el islamismo radical y hasta el viejo enfrentamiento kurdo con el Gobierno turco, todo ello aderezado con el apoyo de las grandes potencias a distintos contendientes.
La principal preocupación de la vecina Europa es cómo protegerse de la invasión de refugiados que este conflicto y los que devastan varios países africanos arrojan hacia sus fronteras, mezclados con los que solo huyen del hambre. Se incumplen compromisos de aceptar modestas cifras de fugados del horror y el caos, y avanzan electoralmente los defensores de levantar muros y cerrar fronteras.
Mientras, puñados de ilusos que tratan de socorrer en el mar a quienes navegan en viejos cascarones hacia las costas en las que esperan encontrar una vida en paz, son acusados de asociación criminal para fomentar la inmigración ilegal y podrían ser condenados a varios años de cárcel.
Desidia en el cumplimiento de los acuerdos de acogida y persecución de quienes pretenden salvar vidas. Una muestra más del oscuro momento que vive Europa.
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