En la calle de la niñez los niños querían ser Quini. Tras el balón, hago ¡chas! y soy Quini. Algunos se hacían llamar Quini, otros jugaban en el área Quini. Altos, bajos, rápidos, lentos, ágiles, torpes: todos Quini. Quini no era un sibarita del balón: Quini era gol. Hacía ¡chas! y aparecía en el área, y ¡ahora, Quini, ahora! Olvidad los guardiolismos de pitiminí. El sofisma del falso nueve. Dadle el área. Quini hacía ¡chas! y otro gol sin saber cómo. Un Brujo. El brujo Quini. Estética de película de cine mudo. Perfil de delantero holandés distorsionado en un espejo cóncavo. Y tan letal como una cerbatana. Veneno en su bota desigual. Aquel Quini de brillante historial con el Sporting se marchó a darle fama al Barça. Tan se val d´on venim, si del sud o del nord. Y llegó a la cumbre de su Everest. Baaaarça!!!! Barcelona es bona si la bossa sona. Quini no nació para ser rico. Y cuando el tricornio golpista, ¡se sienten, coño!, cansado de disparar al techo mientras Carrillo cucaba, abandonó la televisión, las pantallas se llenaron con un secuestro por la guita. Cachorros del mal y zulos. Pasaban los días. Demasiado largo para secuestro cutre. ¡Ay, Quini, Quini! Y Quini hizo ¡chas! y la barba de carboncillo, de preso de sótano, apareció en un coche. De allí surgieron valores que nadie ni nunca podrán olvidar. ¿Síndrome de Estocolmo o grandeza? ¿Lavado de cerebro o generosidad? Y otra vez Asturias contra el mundo, ¡ye que no nos entienden, coime! Como al héroe de San Lorenzo, que murió salvando a un niño que quería ser Quini. La fe de Quini nunca decayó, porque no sabía desmayar. Cansado de meter goles para otros, hizo ¡chass! y apareció en el Molinón. Tanto luchaste para triunfar y no serviste para envejecer millonario. Jugador legendario, quíntuple pichichi. Con tu corazón roto se rompió el tambor que latía en el pecho de los niños de mi calle. Una calle en cuya esquina unos Castro abrían carnicería. ¡Aupa Sporting¡ ¡Adiós, Brujo! ¿Qué importa que nadie te entienda si tú los querías a todos? Eras, como Asturias, más grande por dentro. ¡Ay, carballón de Xixón! Nadie puede esperar más.
Comentarios