Desde hace tiempo vengo meditando sobre lo desconocida que es Covadonga, sobre lo poco que disfrutamos el montón de opciones que ofrece un lugar tan especial y nos quedamos en el «sota, caballo y rey», de toda la vida, sin ir más allá…
A veces me da por pensar cuántos siglos lleva Covadonga atrayendo con su fuerza telúrica y su halo metafísico a millones de personas. En el sueño que tuve ayer, yo estaba en «modo dron» levitando sobre el Parque del Príncipe y en el paseo aéreo veía una especie de alameda en forma de escalera que tenía esculturas de todas las épocas y de todos los estilos. Las esculturas representaban a proféminas y prohombres de todas las edades de la Humanidad, que en algún momento o por alguna razón habían llevado a Covadonga en su corazón. Era como uno de esos paseos de la fama, pero bien diseñado, sin caer en lo kitsch o en lo hortera. Allí había Santos, muchos, de los reconocidos oficialmente por la Iglesia y de los que no, todos unidos en una especie de Walhalla de las bondades infinitas…
Y es que Covadonga, como lugar de peregrinación, es un auténtico Harvard de la espiritualidad, aunque apenas seamos conscientes de ello. Y de la misma manera que en Harvard, antes de asistir a las clases, te has cruzado con varios Premios Nobel por el camino, en Covadonga antes de llegar a la Cueva o a la Basílica te has cruzado con el testimonio de varios Santos, y de otras personas anónimas, todos de gran valía para la Humanidad.
En el sueño levitante escuché una música maravillosa. Parecían los ecos de la Escolanía, perdidos entre el bosque y las peñas. La música me llenó de júbilo, y soñé dentro del sueño que Covadonga tenía una audioteca de música sacra extraordinaria, y abierta al público, para el uso y disfrute de cuantos soñadores como yo quisieran flotar en el aire.
De pronto del cielo bajé al suelo y me vi llegando al pozón. Caía la tarde y allí había un barquero, que cruzaba en su barca a las almas peregrinas que se lo solicitaban para ir a purificarse al chorrón. Era como una suerte de laguna estigia a la asturiana, que durante la tarde y la noche tenía un tránsito incesante…
En el sueño salí totalmente purificada de Covadonga, de cuerpo y de mente. Entonces me apeteció seguir el rastro de Pelayo, conocer un poco más de su vida, de su estirpe, de sus amores, de los lugares en los que se sentía en plenitud. Entonces me detuve en El Repelao y en el campo de la Jura, continué hasta Abamía -donde me habría quedado eternamente-, pasé por Cangas de Onís, subí hasta Llueves, me di un garbeo por San Pedro de Villanueva, volé hasta la Cruz de Priena, me detuve en Teleña…
De repente me desperté, la Covadonga del sueño no existía… Pero me queda la capacidad de soñar y de poder narrarlo. Quién sabe si tal vez algún día las metáforas oníricas, o las verdades que se plantean como si fueran sueños, toman cuerpo y echan a andar, como si fuese un milagro bíblico.
¡Quién sabe! Tratándose de Covadonga, todo es posible.
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