A Isabel Campuzano le deberé siempre una visita relajada a Sorribas, que nunca le hice, porque pensaba que nuestro tiempo no tendría fin…
Ahora que voy aprendiendo que el tiempo es un ente finito en lo físico, aunque eterno en lo metafísico ? al menos para mí -, quiero dedicarle unas letras a mi inolvidable Isabel.
Isabel fue una mujer de armas tomar en todos los sentidos y en el mejor de los sentidos. Valiente, muy valiente, y trabajadora infatigable. De esas que en la historia antigua son consideradas heroínas, y en la contemporánea se les suele llamar pioneras.
A mí lo que más me gustaba de ella es que era profundamente familiar, y que anteponía los recios principios que había recibido como legado a la marca personal, que tan de moda está ahora, en un mundo que a menudo vive y trabaja para el marketing, más que para la verdadera realidad de la vida. Isabel era una auténtica mujer-orquesta: madre de familia, ama de casa, empresaria, diseñadora de proyectos, negociadora hábil, y creadora de ilusiones.
Con una acusada visión estratégica, Isabel atisbó muy pronto ? hace más de treinta años ? el potencial de Asturias en el ámbito del ocio, el turismo y los viajes. Y por supuesto el irresistible encanto de su Piloña adoptiva, con la magia indescriptible de sus “Caserías de Sorribas”.
En Sorribas, solar noble de la familia de su esposo, Chema Martínez Noriega, Isabel puso todo su “charme” y “savoir faire”, creando un auténtico y exquisito hogar para turistas y viajeros intrépidos, dispuestos a dejarse conquistar por el espíritu y el encanto de los territorios de Don Pelayo (o sea del río Piloña hacia el este).
Isabel ya vio entonces lo que hoy va tomando cuerpo: Que los «guiris», especialmente la Europa culta e inquieta de nuestras proximidades se iban a volver locos con Asturias, como en una especie de ensoñación que ni el mismísimo Alfred Hitchcock sería capaz de filmar.
De Isabel también me cautivaba su buen gusto, y su saber estar. Y también su capacidad de discrepar sin aspavientos, y de negociar con firmeza pero sin caer en los excesos verbales, o sea eso que se llama discreción y buena educación. Nunca la vi renunciar a sus convicciones ante el político de turno, pero tampoco la vi «hacer sangre» ante la falta de visión política o de la incomprensión con la que a veces le tocó lidiar. Era una resiliente nata.
Pronto hará un año que esta viajera y cosmopolita infatigable emprendió viaje, aunque no nos dejó, porque nos queda su ejemplo, su impronta.
Cuando miro al río Piloña y me asomo al puente que da paso al Palacio de Sorribas, la recuerdo con su voz contundente y su abierta sonrisa, como también recuerdo con serena satisfacción que nuestra inefable Isabel dejó diseñado el sepelio más cuidado y exquisito que viene a mi memoria.
Y es que Isabel Campuzano fue en lo póstumo como en su vida terrenal un poderoso torrente de marcada personalidad. Un torrente que creyó con fe absoluta en la que fue, por amor total, su tierra de adopción: Asturias.
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