Hace dos días, el miércoles, este diario publicó la siguiente información: Rubén, un niño de 9 años de La Pobla de Vallbona (Valencia) donó los regalos de su primera comunión a Manos Unidas. El valor de esos regalos y del dinero recibido en efectivo asciende a 7.000 euros. Además del gesto emocionante de ese crío, quizá sea una de las mayores donaciones efectuadas a una ONG por una persona individual. Desconozco la fecha de tal donación, pero me obsesiona lo que habrá pensado ese niño al conocer los comportamientos aberrantes de algunos miembros de organizaciones parecidas a la que él ayudó. Me intriga saber si conocerá las noticias difundidas estos días y, si las conoce, si se habrá arrepentido de su generosidad.
Es que nos habíamos hecho una imagen angelical de las oenegés. Confundimos la grandeza de su trabajo humanitario con virtudes éticas imaginadas. A veces los vemos incluso como misioneros. Y todo eso se nos ha caído con estrépito. Oxfam resulta tener en sus filas una colección de depravados que cayeron en todas las aberraciones, desde pagar prostitución en Haití cuando ese país se moría de hambre hasta toda una serie de abusos y acosos sexuales. Para rematar lo negro del cuadro de esa organización, su presidente acaba de ser detenido por un delito de corrupción cuando era ministro en Guatemala.
Ahora, de forma inteligente, Médicos sin Fronteras revela que el año pasado detectó 24 casos de abusos sexuales o comportamientos indecentes en su seno y expulsó a sus autores. 24 casos en un colectivo de 40.000 empleados es estadísticamente insignificante, pero moralmente injustificable. De nada sirve ser solidario con los pobres si se abusa de los débiles y se explota su debilidad, sexual o no. Ahora se podrá discutir -y yo lo discuto- si esos despedidos debían ser puestos a disposición de la Justicia, pero quiero elogiar la voluntad de transparencia de Médicos sin Fronteras y, sobre todo, el hecho de haber castigado la indecencia.
Lo quiero elogiar porque ahí está una de las claves de que existan tantos escándalos sexuales que salen a la luz en los últimos tiempos y en tantos ámbitos: el encubrimiento de los hechos. La Iglesia pasa bochornos porque trató de ocultar los comportamientos indignos del clero y lo consiguió durante años o quizá siglos. Hollywood parece un mercado de carne a cambio de trabajo, porque las mujeres acosadas se callaron y nadie de su entorno lo quiso denunciar. De todos estos episodios, el de las oenegés duele especialmente, porque afectará a los donantes, introduce dudas sobre su honorabilidad y perjudicará a personas muy necesitadas. No se puede hacer nada desde fuera que no sea lamentarlo. Desde dentro, sí: descubrir y denunciar.
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