Para qué lo vamos a negar: somos todos un poco Lunnis, la luna tiene para nuestra mente una influencia comparable a la del sol. Tiene su lógica, porque en el firmamento ambos astros tienen el mismo tamaño aparente (en un eclipse de Sol se comprueba lo bien que encajan sus discos) y uno es jefe de día y el otro de noche.
Pero la realidad es bien distinta. Aunque nos parezca que la luna llena alumbra bastante, el sol brilla alrededor de 400.000 veces más y es su energía la que permite que todo el planeta viva. Aunque está 400 veces más lejos, su influencia gravitatoria sobre el globo terráqueo es 175 veces mayor. ¿Quiere decir esto que la influencia de la Luna en las mareas es ridícula?
Pues no, porque las mareas dependen tanto del valor de la fuerza gravitatoria en sí como de la diferencia que esa fuerza, causada por ambos astros, tiene en puntos diametralmente opuestos de la Tierra. Si un día en la playa tenemos la Luna encima de nuestra cabeza, estamos 13.000 km más cerca de ella que alguien de las antípodas. Ese camino extra se nota en los 380.000 km que nos separan de ella, y hace que el tirón que ejerza sobre nuestro cachito de mar sea un 7 % más grande que el que ejerza para uno de las antípodas. Pero para el Sol, que está a 150 millones de km, esa distancia hasta las antípodas no supone casi nada; por lo tanto su tirón a ambos lados del planeta será parecido (solo cambia 2 partes en 10.000). Así, aunque la Luna es mucho menos fuerte, su efecto total de marea acaba siendo más del doble de intenso que el del Sol.
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