Quizá sea una injusticia para Mariano Rajoy. Quizá no merezca pasar calvarios como el que le hizo subir Carlos Alsina durante su entrevista al preguntarle de entrada por la corrupción en el Partido Popular. Quizá no haya objetividad suficiente en los medios informativos para que se carguen en su cuenta todos o casi todos los latrocinios que estos días andan por los juzgados. Son, como los dirigentes del PP se encargan de recordarnos a diario, episodios de hace ocho o diez años que ahora son juzgados y los tratamos como si fuesen acontecimientos actuales. Por eso tiene algo de razón el presidente al señalar que el partido ya actuó y ahora es el tiempo de los jueces.
Donde no acertó el señor Rajoy ha sido en señalar que no se trata de corrupciones del partido, sino de personas individuales. No habían pasado ni dos horas cuando lo desmintió Ricardo Costa, en su escabrosa declaración en la vista de la Gürtel valenciana. Habrá habido corrupciones y enriquecimientos personales, por supuesto. Hay grabaciones escandalosas que los demuestran. Pero el señor Costa, en su tiempo secretario regional del PP, describió con crudeza los sobres con que le mostraron, y era dinero para la financiación de su fuerza política. Y señaló a Francisco Camps, presidente regional, como el gran urdidor de la trama y de los métodos de recaudación. Y está quedando claro en el conjunto de las declaraciones de los procesados que no hay diferencia entre los procedimientos del 3 % y los utilizados en Valencia: empresario que colabora, empresario beneficiado por el poder.
Y eso, a poca credibilidad que demos al señor Pérez, el Bigotes, al señor Costa y a otros procesados y testigos, se llama financiación ilegal. Y no solo se han utilizado facturas falsas, que parecía ser el procedimiento más habitual, sino dinero negro. Es decir, comportamientos perseguidos por las leyes y severamente sancionados por la autoridad fiscal. Además de delito, pésimo ejemplo para una sociedad a la que se reclama hasta el último céntimo de sus ingresos legales.
Ante ello, insisto en que quizá sea injusto cargar todo eso sobre la imagen y el prestigio de Rajoy. Pero, sintiéndolo en el alma, algún precio tiene que pagar, porque Camps era la persona en la que más confiaba y lo hacía tan ciegamente que no veía de qué fondos procedían aquellos actos de exaltación partidista, aquel dispendio de los tiempos del derroche. Tampoco hubo una depuración de personas, limitada a la supresión de militancia, sanción tan leve que ni Rajoy recuerda si algunos de los investigados siguen teniendo el carné. El pecado de Rajoy es que es muy afectuoso y si la corrupción le hiere, es por sus testimonios de afecto. Empezando por aquel «sé fuerte, Luis».
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