Cierro los ojos y aún puedo recordar las fotos, esas páginas manoseadas y pegajosas a las que recurría una y otra vez. Era ella, Elsa Pataki como Dios la trajo al mundo: la felicidad a veces se basa en cosas tan pequeñas e insustanciales como un cuerpo desnudo de mujer.
La semana pasada, que fue del esperpento a la tragedia, extremos que se abrazan, cerró Interviú y Tiempo. El final de la transición dijeron muchos. El Grupo Zeta decidió clausurar las dos publicaciones debido a la carestía de su perviencia y los nulos beneficios arrojados por éstas. Acudimos cada día a la sangría del papel, que deviene en el quiosco y en los lectores. Ver a alguien con la prensa bajo el brazo parece ahora un acto subversivo.
La Interviú ha sido una revista que ha marcado a varias generaciones, y no precisamente por sus interesantes artículos y reportajes: seamos sinceros. El mostrar a una bella mujer desnuda en portada es un revulsivo para la compra; o lo fue durante mucho tiempo, antes de que internet democratizara la paja.
Mi primera toma de contacto con esta revista fue en mi peluquero. Al menos es el primer recuerdo que tengo. Llevo años cortando el pelo con Manolo, cuando era niño y me tocaba esperar sentado en esos sillones negros de cuero cogía entre mis manos «Los sabios del humor» pero era inevitable que la vista se me fuese hacia la portada de la Interviú. Tenía esa edad en la que la turgencia gobierna la vida y basta la foto de un pecho para enloquecer. Otra escena grabada en mi memoria es siendo un niño plantarme enfrente de los quioscos a ojear la prensa (esos quiocos de los que ya no quedan, que eran casetas donde colgaban las publicaciones con pinzas y enfocando al exterior) y dirigir una y otra vez miradas furtivas hacia la chica de la portada.
Todos guardamos una portada de Interviú en el recuerdo, una que nos marcó y no olvidarnos nunca. La mía, como atisbo en el inicio de este artículo, fue Elsa Pataki. Mi padre y yo estábamos enamorados de ella por aquel tiempo. Mi madre nada más enterarse nos compró la revista y la lanzó en casa como quien lanza carnaza a las bestias. Aún la guardo por algún lado, en las cajas y maletas llenas de recortes de prensa, hojas y revistas. Me imagino que ya amarillearan sus páginas, pero Elsa seguirá luciendo con todo su explendor. La guardo para cuando sea padre y poder enseñarle a mis hijos con lo poco que uno fue feliz. Pues eso, ha cerrado Interviú: es para estar tristes.
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