Da la impresión de que estamos instalados en un bucle infinito del que nadie consigue la fórmula para salir. O si la conoce, no está dispuesto a aplicarla.
Hoy se pondrá en marcha un nuevo Parlamento catalán con mayoría independentista, que sigue sin estar respaldada por una mayoría de votantes, y en el que los primeros debates giran en torno a si el gran asunto sigue siendo la secesión. Ni la constatación del saqueo continuado a las arcas públicas de Cataluña parece ser motivo suficiente para abrir fisuras en el independentismo, ni las confesiones sobre el escaso respeto a la ley de relevantes compañeros de filas parece hacer mella en quienes siguen centrando toda su respuesta en exigir estricto respeto a la legalidad vigente.
En el de Madrid, aunque ya no hay mayoría absoluta y los partidos del cambio tienen amplia representación, la transparencia sigue siendo asignatura pendiente y conocer al detalle los ingresos de cada uno de los diputados y senadores por su labor parlamentaria o lo que cuestan los viajes que realizan para ampliar conocimientos y afinar su labor legisladora es una tarea ardua o inalcanzable.
Mientras los pensionistas de hoy siguen perdiendo poder adquisitivo, millones de trabajadores se preguntan qué pasará cuando les llegue la hora de la jubilación, pero en el parsimonioso debate sobre el futuro de las pensiones las escasas iniciativas que salen a la luz pública parecen sacadas de algún viejo diario de sesiones.
Pese a que el Mediterráneo sigue tragando las vidas de segunda clase de personas que solo aspiraban a una vida sin hambre o sin guerra, no hay trazas de que vayan a cumplirse los compromisos de acogida de inmigrantes.
Hostelería y construcción siguen tirando del mercado laboral en Galicia. Lo contaba ayer La Voz, después de años de crisis y de rotundas afirmaciones sobre las consistentes medidas adoptadas para modernizar nuestra estructura económica y evitar devastadoras burbujas en el futuro.
Parece que seguimos en veloz carrera dentro del círculo.