El guion apenas varía. Si estás en la oposición, la primera reacción ante un hecho como el caos provocado por la nieve el pasado fin de semana en la autopista AP-6 es pedir dimisiones. Si gobiernas, lo inmediato es echar balones fuera, culpar a otros o aludir a una defectuosa comunicación de las eficaces medidas adoptadas.
En nuestro interconectado mundo, la comunicación tuvo, sin duda, mucho que ver en el gigantesco tapón registrado en una de las principales vías de acceso a Madrid desde el noroeste. Porque, seguro, fueron muchos los conductores que siguieron las recomendaciones de informarse sobre el estado de las carreteras antes de emprender viaje. Y lo hicieron -cierto que muchos de ellos sin adoptar unas precauciones mínimas ante un cambio brusco de la situación meteorológica, que era previsible- tras confirmar que la autopista por la que se iban a desplazar estaba en condiciones para circular. Unas decenas de coches pueden quedar bloqueados por imprudencia. Si son cuatro mil, parece que algo más falla.
El enfado sube también por culpa de la comunicación, al difundirse que el responsable de la Dirección General de Tráfico (DGT) y el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, dedicaban toda su atención a un partido de fútbol en Sevilla mientras se montaba el lío.
Aun encima, las hemerotecas lo complican todo. Porque permiten recordar que la concesionaria de la autopista en la que miles de personas quedaron atrapadas recortó plantilla mientras aumentaba beneficios.
Porque traen a la memoria la airada reacción de Rajoy y su petición de dimisiones por un hecho similar en el 2009.
O porque recuerdan como el diputado Arsenio Fernández de Mesa tachaba de «capricho faraónico» de Zapatero la creación de la Unidad Militar de Emergencias, que tanto ayuda a apagar fuegos como a rescatar de la nieve a las angustiadas familias que la eficaz gestión del Gobierno había mantenido aisladas durante largas horas.
La comunicación es, sin duda, un problema. Al menos para algunos.
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