La puesta en marcha de una defensa común ha sido una cuestión espinosa en Europa desde hace más de sesenta años. No podía ser de otro modo. La protección del territorio es una de las funciones básicas que debe desempeñar cualquier Estado. Asignar esta tarea a un ejército europeo implicaría para aquéllos una cesión de soberanía tan intensa que les conduciría, tarde o temprano, a diluir su propia naturaleza.
Los Estados fundadores de la CECA firmaron ya en 1952 un tratado para la creación de una Comunidad Europea de Defensa. El momento parecía propicio: tras la II Guerra Mundial Europa debía afrontar un nuevo rearme alemán. Encauzar la potencia germana a través de un ejército europeo que proporcionase seguridad sin permitir tentaciones imperialistas era una solución razonable para evitar otra guerra.
Una vez firmado, el texto se remitió a los parlamentos para su ratificación. El Bundestag lo respaldó en 1953. Sin embargo, el débil Gobierno francés optó por retrasar la votación en su Asamblea. Fue un error fatal. Los gaullistas, cuya oposición al tratado era absoluta, eran día a día más fuertes en la Cámara. La votación se celebró el 30 de agosto de 1954, dos meses después de la dolorosísima derrota de Francia en Dien Bien Phu. Fue lo más parecido a la carga de la Brigada Ligera europeista. El tratado fue rechazado abriendo una profunda crisis en la naciente construcción europea.
Los europeístas han esperado pacientemente una nueva oportunidad. Y los acontecimientos se han alineado para ofrecérsela. La crisis de seguridad tras los atentados terroristas, las incertidumbres en la defensa atlántica con la presidencia Trump, el Brexit, las tensas relaciones con Rusia, las consecuencias de la inactividad en escenarios próximos como Siria... han impulsado una cooperación estructurada permanente, figura prevista en el Tratado de Lisboa para intensificar la cooperación militar y cuyo arranque formalizaron en noviembre veintitrés Estados bajo el impulso de la Alta Representante, Federica Mogherini. Sin duda, muy lejos de un ejército europeo. Pero, también, menos amenazante para los Estados que una Comunidad de Defensa. De nuevo, una solución razonable.
Será interesante observar la reacción ante el avance de la cooperación. De momento, no se perciben resistencias. Hay motivos para ello. Junto al posible ahorro, la defensa es un concepto complejo que engloba también una seguridad que los ciudadanos europeos priorizan. Además, el mundo es más global, menos eurocéntrico, también en la búsqueda de rivalidades nacionales. Y no cabe duda que los sesenta años de vida en Comunidad, además de evitar la guerra, han creado entre los europeos cierta solidaridad aún difusa. Sin embargo, como en muchos temas queridos para el nacionalismo, la discusión en materia de defensa se ha movido más en lo emocional que en lo racional. Habrá que estar atentos a las novedades.
Comentarios