Un juego de política ficción. La ocurrencia de unos que tienen ganas de incordiar. Un espejo ante el que colocar argumentos que tienen reverso. Todo eso puede ser Tabarnia, ese país de nombre inventado que entra en escena, en plena ciclogénesis catalana, para cuestionar conceptos como el derecho de autodeterminación, la indivisibilidad de los territorios o la endeblez de las fronteras. Es, en todo caso, una parte sustancial de Cataluña cuya población rechaza mayoritariamente la independencia.
Desde hace tiempo se apela al ejemplo canadiense y sus dos referendos en la provincia de Quebec para reforzar las tesis de quienes aquí han tirado por la calle de la ilegalidad para tratar de imponer una independencia que no quiere ni la mitad de la población que vive en el territorio que se pretenden separar. Hay diferencias históricas y de procedimiento democrático, pero hay sobre todo una legislación -la Ley de la Claridad- que Canadá aprobó después de la consulta de 1995. Esa norma contempla, incluso, la posibilidad de que aparezca una Tabarnia que rechace abandonar la federación canadiense para integrarse en la república independiente de Quebec.
Hay quien sostiene que ese reconocimiento del derecho a decidir por partes dentro del territorio secesionista habría frenado en seco las aspiraciones independentistas en Canadá. Desde la aprobación de la ley no se han vuelto a plantear más referendos por la independencia de Quebec. El nuevo país se quedaría sin Montreal, lo mismo que Cataluña se quedaría sin Barcelona. Inviable.
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