Luis Rubiales presentó su candidatura a presidente de la Federación Española de Fútbol al ritmo de Don’t stop me now (No me pares ahora). A diferencia de Iceta en su día, el expresidente de la AFE no apareció en el escenario soltándose la melena y bailando alegre y desatadamente. Sin duda, lleva tiempo preparándose y seguro que ha recurrido a expertos en imagen para que le ayudaran a convertirse en un hombre con perfil público.
Y así apareció, dando la apariencia de una especie de hombre de Estado del fútbol. Un dirigente afable, pero firme en sus creencias y con las ideas claras a la hora de acometer una empresa tan difícil como reflotar la RFEF. Ni rastro del otrora hombre agresivo y de mal café que en tantas ocasiones hemos visto. Para ello se rodeó de palabras en el escenario. Todas ellas apuntando valores nobles que cualquiera aplaudiríamos: transparencia, igualdad, solidaridad, equipo, progreso, mujer, unión, compañerismo, eficacia...
Y ahora vamos al meollo. Habla de transparencia, pero da una respuesta delirante sobre el caso arquitecta (presunta agresión que habría cometido sobre una mujer en Valencia). Si está acusado de agredir a una mujer y quiere presidir la RFEF, ¿no es un detalle digno de saberse? ¿Y si él no cometió tal ataque, ¿no es necesario que lo diga con luz y taquígrafos? Quiere regenerar el fútbol federativo, pero se apoya en patas carcomidas por la sospecha de la corrupción. Seis de los presidentes de las territoriales que le jalean están investigados en la operación Soule. Dice que en este país «no significa nada estar investigado» y que está orgulloso de todos y cada uno de los apoyos que ha recibido.
A ver si salimos de la Guatemala de Villar y entramos en la Guatepeor de Rubiales.
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