Incluso la medida más acertada puede ser contraproducente si se plantea en el momento inadecuado. Iceta intenta tender los puentes que algún día habrá que cruzar para normalizar la vida social y política catalana. Pero no es buena idea ponerse a construir a cielo abierto cuando desde el otro lado de la orilla siguen bombardeando, porque uno puede morir en el intento. La apuesta de Iceta, por muy bien intencionada que sea, es en realidad una invitación a la impunidad, una puerta abierta a cualquier loca aventura que dé votos. Es, también, otra forma de socavar la separación de poderes y la independencia de los tribunales, ya que de nada sirven los procesos ni las sentencias judiciales si de antemano están condenadas al cubo de la basura. Pero, sobre todo, vuelve a confundir los distintos planos de la realidad en un totum revolutum que solo sirve para alimentar la propaganda independentista. Que haya una raíz política en una crisis no significa que todo lo que se derive de ella sea igualmente político y haya de ser tratado como tal. Una vez más: el problema no está en que los soberanistas defiendan y trabajen por la independencia, sino en que vulneren la ley, y no puntualmente, sino de forma sistemática y concertada. Y, aún más grave, que lo hagan desde cargos públicos, con recursos que son de todos. Hacer tabla rasa del desafío secesionista es una incitación a redoblarlo, como muestran un día sí y otro también Puigdemont y compañía. El cumplimiento de la ley es innegociable y no modulable. Cualquier otra cosa es un gran error.
Comentarios