No paro de darle vueltas a un artículo que Lorena G. Maldonado ha escrito en The Objective tras la muerte de Federico Luppi. Lorena, para quienes no la conozcan, es una joven periodista de El Español; de esos fichajes geniales de Pedro J. Lo que es el Padre Ángel a cualquier evento o fiesta, lo es ella a las polémicas: se les espera y llegan a todas. Y puede permitírselo, porque escribe bien, y eso es lo importante. Las afrentas, controversias y riñas siempre han sido un filón y caldo de cultivo para escritores y periodistas. Y más, cuando se hace defendiendo una idea noble: el feminismo. Gran cantidad de veces no comparto sus análisis o ideas, o no en su totalidad, pero la leo -no a ella, está claro, sino sus artículos-. Que no comparta el contenido no significa que no me deleite el continente.
Se enteró tras su muerte, al igual que hice yo, que Luppi era un auténtico cabrón. Que maltrataba a sus mujeres, hijos, compañeros y prensa. No era ese tipo que muchos idolatrábamos y veíamos en el pedestal de la integridad y la honradez. Y así, sumamos un nombre más a los grandes genios con una vida personal deleznable: Céline, Picasso, Borges; o Hitchcock y Polanski, por citar algunos mencionados por ella. Hay estos y muchos más. Está claro que fueron o son los mejores en lo suyo. Ya lo dijo Cuartango: «Las banderas políticas, las causas humanitarias o los parámetros de la ética no sirven para clasificar a los genios. Se puede ser muy buena persona y a la vez ser tonto y se puede ser un malvado con una extraordinaria creatividad».
Lorena se centra en Federico Luppi y Polanski. Del primero hemos conocido multiples acusaciones, incluso que pegaba a su mujer y esta calló durante años y nadie le apoyó debido a la posición y poder de su exmarido. El Segundo, fue acusado de violación de una menor y se dio a la fuga para no ser condenado en EEUU y, recientemente, un nuevo supuesto caso ha salido a la luz. Junto a estos casos, los recientes del conocido productor H.Weinstein y del fotógrafo D. Hamilton. Lorena plantea que muchas de su víctimas no denunciaron o tardaron años en hacerlo debido al poder e influencia de esos hombres. «Por chantajes, por el miedo, por la vergüenza, por la cultura del silencio (…) es humano tener pánico a las consecuencias». Y hasta aquí estoy totalmente de acuerdo con la postura que defiende: No hace falta ser buena persona para que tu producción artística sea excelente y pueda ser apreciada; el poder y presión que ejercían estos popes de la cultura silenciaba e influía sobre sus víctimas a la hora de alzar la voz y denunciar; que hay muchos que fueron testigos y callaron; y que no es justo la impunidad con la que han vivido toda su vida. Sí, son unos hijos de puta. Sí, son unos genios.
Pero con lo que difiero totalmente es con su conclusión final. Ella expone que su faceta artística ha embelesado al público y hace que miremos con condescendencia al autor, «tanto que nuestra conciencia clemente se salte la propia legalidad». Y Considero que aquí que se equivoca. Hay un ridículo número de casos que esto ocurra así, y tiende a triunfar lo contrario. Cuantas veces he oído críticas a Woody Allen, y he visto boicots a sus películas, de aquellos que consideran que se casó con su hija -siendo esto mentira-. O aquellos que hicieron boicot a la película de Trueba o a las últimas de Garci. La imagen y opinión de la vida personal de un artista, y de cualquier persona, se impone a la faceta profesional. Pensar y defender lo contrario es una auténtica falacia. Finaliza exponiendo que todo es el resultado del poco peso social que tienen los delitos de género. Y los compara con otros tratando de relativizar. Recurre a una falsa premisa en pro del feminismo. Miren si tienen peso los delitos de género, que son los únicos que pueden privar de libertad (a un hombre) por una mera acusación sin aporte de pruebas. Saquen sus conclusiones. No duden en leer a Lorena; y ya de paso, léanme también a mí.
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