Lo importante es helecho

OPINIÓN

19 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue en una de aquellas visitas de Les Luthiers a Gijon en los 90 a las que tanto debe nuestra salud mental (dos horas de risa continua: ¿quién te garantiza a día de hoy algo parecido? Ni siquiera en sede parlamentaria). Terminada la rueda de prensa, una compañera de los medios escritos, entonces abundantes, se acercó a Daniel Rabinovich y le preguntó si no le importaría firmarle un autógrafo. Daniel se le quedó mirando preocupado. No sabía qué hacer: «Si no me importa, se lo firmo ahora mismo, pero, si reconozco que no me importa, usted puede pensar que lo hago sin interés. ¿Qué le digo entonces, me importa o no me importa?» Por supuesto, se lo firmó, aunque los allí presentes nos quedamos sin saber si le importaba o no. Él, el primero.

Puesto en la tesitura de escribir sobre los colaboradores necesarios de Gerardo Masana, no me importa juntar un puñado de elogios con un par de historietas personales para concluir que Les Luthiers son fenomenales. Claro que, si no me importa, podría parecer que quiero despachar el encargo sin molestarme demasiado. En cambio, si digo que me importa, tendré que ponerme semiólogo, hermenéutico, astronáutico, consultar bibliografía (que la hay). Tendría que darme importancia, cosa que sé hacer como nadie, pero a ustedes les sobrevendría vergüenza ajena o sopor, y abandonarían la lectura. De estas líneas y en general.

Solo puedo hablar de Les Luthiers desde el asombro, el mismo de cuando tenía doce años y los escuché por vez primera. Un asombro que se convierte en estupor en quienes tienen por oficio elaborar listas y destilar virtuosos cánones que recogen cuanto debe ser visto, leído o disfrutado. Los que establecen el canon, generalmente, se olvidan de la risa, no por mala fe, más bien por puro desconcierto. Como aquel Jorge de Burgos de «El nombre de la rosa», que le vetaba el paso a su docta biblioteca.

Les Luthiers llevan cincuenta años abriendo a la risa la puerta principal de la Academia para atolondramiento de canónicos, que suelen despachar lo cómico en el arte como travesura. Tal vez fue ese estupor académico lo que llevó al jurado a concederles el Princesa de Comunicación y Humanidades, y no, como sería de justicia, el de las Artes. Pero está bien, no me importa. Lleve un apellido u otro, el suyo es un premio a la risa como herramienta creativa, no sólo como vehículo de comunicación. Que sea uno u otro premio, en serio, no es importante. No debemos engañarnos. Como dijo Marcos Mundstock, lo importante es helecho.