La insurrección de las autoridades catalanas llevaba meses ganando la partida. Fiesta tras fiesta, algarada tras algarada, declaración tras declaración y finalmente el día del no referendo, dibujaron una imagen de paseo militar de los soberanistas. Y en realidad casi era así, por lo menos en cuanto a la épica de la historia y a la batalla de la imagen. Pero de repente apareció el rey de España.
Fue el pasado día 3. Felipe VI dijo: «Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno. Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado». Tanto el contenido, en el que anunciaba que el Estado restablecería el orden constitucional, como el tono empleado por el monarca supusieron un punto de inflexión. A partir de ahí, todas las apariciones independentistas, incluida la propia respuesta de Puigdemont, fueron bajando de intensidad y de calidad. La irrupción del rey inspiró y desencadenó otra serie de acontecimientos.
Comenzó la cascada de empresas que trasladaron su domicilio social fuera de Cataluña. La banca, con Sabadell y CaixaBank, fue la primera, pero rápidamente una entidad tras otra fueron anunciando su escapada dejando las vergüenzas al aire de políticos como Junqueras que siempre sostuvieron que las empresas se quedarían en la Arcadia feliz y próspera de los nacionalistas.
Y llegó el tercer jarro de agua fría para los insurrectos. La gran manifestación del domingo también desenmascaró a quienes esgrimían el discurso de que el pueblo catalán estaba unido y casi unánime con la independencia. El pasado domingo, casi un millón de personas tomaron las calles de Barcelona con banderas españolas reclamando respeto a la unidad de España y a la legalidad. La calle no era solo independentista.
Y para seguir con los hitos que han marcado la reacción constitucionalista de los últimos días, llegó Europa. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, advirtió a Puigdemont de que no declarara la DUI y que respetara el orden constitucional español. Todo ello agitó una coctelera que derivó en una movilización popular muy mermada de cara a la anunciada declaración de la República de Cataluña. Una declaración que finalmente fue tan churrigueresca como ridícula y peligrosa.
Ahora, Rajoy ha activado los mecanismos previos del ya mítico artículo 155. Una decisión que cuenta con el apoyo del PSOE de Pedro Sánchez. Otro efecto más de una intervención del rey que lleva camino de encontrar su hueco en la historia.
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