Hace más de una semana que vemos muchos de los balcones, en ciudades y pueblos, luciendo la bandera española. Me asomo a la ventana y puedo contar varias banderas sin dificultad. La ciudadanía ha adoptado este gesto contra el proceso revolucionario que está aconteciendo en Cataluña, que busca la independencia y acabar con la democracia y el régimen constitucional. A la inmensa mayoría de ciudadanos esta situación les parece inaceptable, y mejor que respondan así que no con broncas y violencia. Yo no he puesto bandera en mi casa, no tengo nada en contra de los que la ponen y luzco sin ningún complejo la bandera de mi país. Pero soy cauteloso. Defender el principio de legalidad y el estado de derecho bajo la seña de una bandera puede hacernos incurrir en un grave error: defender la ley basándose en un sentimiento. Y a la verdad le sobran los sentimientos. Hay que cuidarse de no caer en la exaltación del nacionalismo que es lo que tratamos de combatir: cualquier nacionalismo es deplorable, se alimenta de emociones y mentiras conduciendo a la podredumbre de una sociedad. Patriotismo, sí; pero nunca nacionalismo. El nacionalismo no es más que la excrecencia surgida del patriotismo y regido por el sentimiento de la xenofobia. Además, me parece una cosa horrible y de una cutrez extrema colgar banderas y pancartas de balcones y ventanas como si de ropa tendida se tratase. Prefiero ver tangas que banderas, pero esto ya es una filia personal.
Es una pena que en esta España no haya casi atisbo de ese patriotismo sano: identificación con las historia, costumbres, personas; poner en valor todo lo que este país nos ha dado y todo lo que le damos. Para esto tendrán que pasar años. Una parte no desdeñable de la derecha, cada vez que ve una bandera española le entran ganas de estamparle un pollo, levantar el brazo y entonar el Cara al sol. Y, por su parte, la izquierda sigue sin identificarse, y cogiéndosela con papel de fumar, con la idea de España y su bandera; como si todo lo español fuese Franco.
Otra cosa que me fascina, es la vacuidad que ha adquirido la palabra «facha» para una parte de la sociedad española. Así se relativiza la realidad del término, frivolizando y restando importancia al fascismo. La izquierda radical y antisistema no hace más que ver fachas por todos lados, parece que quieren resucitar al enemigo ?ficticio en este caso- para ver si consiguen ganar la guerra que perdieron. Van a terminar dándole la razón a Jiménez Losantos cuando decía : «Si no te llaman facha dos o tres veces al día es que algo estás haciendo mal», qué triste. La Ley de Godwin en España, haya discusión o no y se prolongue o no, siempre desemboca en Franco, cada pueblo con sus cuitas.
El problema que tenemos entre manos es muy serio, es el mayor ataque que ha sufrido nuestro Estado democrático. Cataluña no puede declararse independiente de forma unilateral atentando contra la nación, la ley y la constitución; todo lo que atente contra esto ha de combatirse. Es una situación muy compleja, y entiendo que debemos dialogar y negociar, esa es la única solución: de nada sirve vencer sin convencer. Pero las negociaciones deben regirse conforme al orden constitucional, no fuera de este. Fuera de la legalidad no ha lugar a nada, no existe la paz y la libertad fuera de la ley.