Todos tenemos un amigo que en algún momento de su vida entró en fase autodestructiva, y si uno es economista es probable que conozca la expresión animal spirits. Déjenme que recupere un concepto de David Hume, el filósofo escocés que murió el mismo año que Adam Smith mandó a imprenta La riqueza de las naciones, 1776. El término fue acuñado por Hume para hacer referencia a la motivación espontánea y fue recuperado por Keynes. Lo utilizó, este último, para definir la inestabilidad propia de la naturaleza animal. Estaba convencido de que nuestras expectativas dependían más del optimismo espontáneo que de expectativas matemáticas. Si usted es psiquiatra o psicólogo social, seguro que lo entiende.
Una parte de la sociedad catalana, la dueña de sus calles, vive en un extraño estadio, mitad euforia bélica, mitad ira irracional, que se caracteriza, por un lado, por una ceguera ante lo inmediato y, por otro, por conferir una extremada credibilidad a sus sueños. Pero Keynes (y Hume no fue menos) nunca se atrevió a afirmar que ese comportamiento era social, lo acotaron al consumidor. ¿Por qué? Al empresario se le supone cierta capacidad para navegar en el riesgo, para gestionar situaciones complejas. Y no se equivocaron: lo vemos con la banca catalana, que está manteniendo una sensatez que para sí quisieran Puigdemont y sus socios. Ellos saben dos cosas: la primera, que son españolas: tanto el Sabadell como CaixaBank tienen dos tercios de su clientela fuera de Cataluña, y se deben a ella; y la segunda, que, como toda entidad financiera, una parte de su financiación es de carácter internacional. Son inversores institucionales los que las capitalizan comprando sus activos de capital, y son los que las apalancan, adquiriendo su deuda, y los que les dan liquidez, compensando en las cámaras sus títulos; es decir, son los que las mantienen vivas. El conflicto catalán es demasiado visible para ser ocultado. Por eso ahora, y con extremo dolor para la gente sensata que las gobiernan, han de ocultar que son catalanas.
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