Mensaje necesario, quizá imprescindible, pero mensaje de alto riesgo. Incluso de alto riesgo por el momento político y por el clima de agitación que se vive en las calles de Cataluña, impulsado por el Gobierno catalán. Fue pronunciado cuando en Cataluña terminaba una huelga política, organizada contra las que llaman «fuerzas de ocupación» y para echar fuera de la comunidad a una representación del Estado; cuando independentistas enardecidos decían estar dispuestos a aguantar la protesta hasta que se declare la independencia y cuando cualquier palabra puede ser utilizada para descalificar a quien la pronuncia. Los nacionalistas, además, se han especializado en reprochar al Rey, tanto a Juan Carlos I como a Felipe VI, su supuesta falta de sensibilidad ante sus aspiraciones soberanistas. Es algo que está en su libro de estilo y que repiten después de cada mensaje de Navidad.
A pesar de todo, el Rey habló. Dio satisfacción a quienes se preguntaban qué hace, qué piensa y qué decisiones toma Felipe VI ante una gravísima crisis de Estado. ¿Y cómo calificar el discurso, además de necesario y de riesgo? Primero, como durísimo: parecía una bronca a Puigdemont, Junqueras y compañía, a los que acusó de «deslealtad inadmisible hacia el Estado», de «conducta irresponsable» y de «inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña». ¿Prólogo del 155? A mí, lo siento, me sonó así.
Segundo, como alentador para quienes sufren en Cataluña el asedio, el miedo y el desasosiego por la gravedad del desafío. El «no estáis solos» ha sonado como la voz de un salvavidas para quienes se sienten desprotegidos y faltos de representación.
Y tercero, los mensajes finales: hay espacio constitucional para defender todas las ideas si se respeta la ley; los momentos son muy difíciles, pero los superaremos; tranquilidad y confianza para todos los ciudadanos y lo que levanta más esperanzas, si es que cabe alguna: el Rey, jefe del Estado, compromete su «entrega al entendimiento y la concordia».
Me faltó la palabra diálogo. Quiero suponer que ese concepto, más el de negociación, caben en el de entendimiento. Quiero suponerlo y quiero que marque un camino para que el mensaje, como viene a decir Podemos, no sea una adaptación a la Corona del pensamiento del Gobierno. Pero miren: el éxito de un discurso no depende de su calidad ni de quién lo pronuncia. Depende de cómo lo reciban sus destinatarios. Y, pensando en los de la «conducta irresponsable», me temo lo peor. Por patriotismo y por afecto al Rey, me quedo con el entendimiento y la concordia. El entendimiento lo debe propiciar Rajoy. La concordia deben hacerla posible los Puigdemont. Y esto último no va a ocurrir.
Comentarios