Al analizar la jornada de ayer se pueden suscribir todas las palabras: la «farsa» que utiliza el gobierno y el «éxito» que proclama el independentismo catalán. Se puede -y se debe- suscribir que hubo una flagrante violación de la legalidad, empezando por la Constitución. Se puede añadir que es más inaceptable todavía que esa violación haya sido efectuada por gobernantes que representan al Estado y con la colaboración mendaz de los policías a sus órdenes. La actuación de los Mossos, investigada ahora por los jueces, ha sido el remate que faltaba en un ceremonial de trampas y falsedades de los sediciosos.
Ahora bien, un análisis completo requiere algunas preguntas: ¿se ha votado, sí o no? ¿Ha sido proporcionada la actuación de la Policía Nacional y la Guardia Civil? ¿Quién demostró más capacidad de movilización de masas? ¿Quién ganó la batalla de la imagen, fundamental en un desafío de este tipo y decisiva para la confianza en el futuro? ¿Lleva inevitablemente lo ocurrido a un conflicto todavía mayor entre Cataluña y el Estado?
No me digáis que simpatizo con el independentismo, pero los hechos son los hechos. Se ha votado, lo hemos visto todos. No importa el número, tan discutible, dado que quien quiso pudo votar en todos los colegios que encontró. No importan los resultados, porque en una votación así los llamados a participar son los independentistas.
Importa que el separatismo superó las barreras legales y dejó ver penosas imágenes de repliegue de las fuerzas de seguridad ante la presión popular: debilidad del Estado.
La actuación de esas fuerzas ha sido la que corresponde a la misión encomendada. Pero no pudo evitar el clima de buenismo que se había creado. Las imágenes, con la excepción de la escalera, son las que vemos en conflictos de orden público en Europa. Pero aquí se trataba de votar, y la represión de urnas provoca rechazo. Y esto responde a la tercera pregunta: el separatismo ganó la batalla de imagen. Y además, demostró capacidad de movilización, de estrategia y de astucia que me lleva a decir: ganaron los marrulleros, qué pena, perdieron los funcionarios.
Balance: hasta ayer los malos solo eran los independentistas. Ahora no podemos ignorar las críticas al señor Rajoy, que terminó el día deteriorado. El bloque constitucional, escuchados PSOE y Ciudadanos, agrietado. El Estado, identificado con la fuerza. El independentismo ha demostrado arraigo social, expresión de Albert Rivera. Con declaración de independencia o sin ella, Cataluña no está más cerca de España. Y me faltó aquella declaración de Felipe González tras una huelga general: «He entendido el mensaje». Aquí nadie ha entendido nada, si es que racionalmente hay algo que entender.
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