La operación Soule ha puesto bajo sospecha a jueces, ministros, secretarios de Estado, presidentes de club, directivos y, lo que es peor, a las propias instituciones.
Villar no solo manejaba la federación y su dinero como un cortijo propio sino que tenía tejida una red de influencias que le blindaban en el cargo y le dotaban de un poder con el que se ha enfrentado con éxito al mismísimo Gobierno de España. Pasara lo que pasara, Villar siempre ganaba. Hasta que llegó el juez Pedraz, que por lo visto no se encontraba en su círculo de influenciables.
Pero en cualquier caso, y aunque ahora consideremos un éxito la operación Soule, la pervivencia de Ángel María Villar durante prácticamente treinta años refleja el fracaso de una sociedad, la española, que especialmente en asuntos deportivos ha sido muy condescendiente con la basura que desbordaba los despachos de las Rozas, y de otros bien conocidos por todos. Muy pocos ignoraban lo que había. Con independencia de lo que se resuelva más adelante sobre si hubo o no ilícitos penales (hay serios indicios), se produjo un claro abuso de poder y una suerte de confusión entre los recursos de la federación y los propios de Villar y su gente. Y de esto participaron muchos, con nombre y apellidos, que siguen paseándose con total tranquilidad sin repudio alguno. Un ejemplo, Enrique Cerezo, el eterno muñidor de vaya usted a saber qué. Aunque la era Villar ha acabado con todo el deshonor que merecía, mientras sigan funcionando personajes como el presidente del Atlético de Madrid, u otros como Cortés Elvira, no debemos relajarnos.
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