Lo de Cataluña cada día se parece más a un combate de lucha libre. En el escenario se enfrentan dos tipos que no hacen más que retarse: «No menosprecies la fortaleza de la democracia española», dice uno; «no menosprecies la fortaleza del pueblo catalán», responde el otro, mientras se agarran, se ponen la zancadilla, se empujan, se aprietan hasta ahogarse y enardecen al graderío. Hay el antecedente del 9N, donde esa lucha fue un show con bastante tongo y acuerdo previo entre luchadores, y no ocurrió nada. Uno de los contendientes, el famoso heel (‘rudo’) Artur Mas, rompió el pacto previo, se autoproclamó ganador y prometió nuevos combates hasta noquear a su adversario, el conocido face (‘técnico’) Mariano Rajoy.
Y en esas estamos. Ya no hay tongo. El que avisa de la fortaleza de la democracia luce músculos, manda a la Guardia Civil a requisar lo que encuentra, pone a funcionar a los fiscales, manda a 700 alcaldes a la picota, interviene las cuentas, tiene a su favor a los jueces y al Constitucional y todavía tiene un as en la manga que se llama artículo 155. El que avisa de la fortaleza del pueblo catalán desobedece, no acepta que le usurpen el control del dinero y mantiene el desafío del combate, aunque le quiten folletos, carteles, dinero, miembros de mesas electorales y hasta el aliento para que nadie pueda votar. Cada uno envía mensajes desafiantes al otro, diciéndole que lo aplastará y que caerá sobre él todo el peso de la fuerza: del Estado de derecho o riadas de gente con esteladas y cantando Els segadors. Los cronistas asisten expectantes y asustados a los prólogos del espectáculo y temen que el graderío se levante el día 1 y arrase el escenario. Y hay tanta pasión que casi nadie se fija en otros deportes como el empleo, los migrantes o la corrupción.
Lo cierto es que ahora mismo puede ocurrir todo. Hasta es posible que el día 1 no se celebre el combate, porque el luchador Rajoy ha dejado a su contrincante incluso sin taparrabos, de todo lo que incauta la Guardia Civil. Empieza a ser creíble lo que repite Rajoy: «El referendo no se va a celebrar». Sería la victoria de un día, que suscita una pregunta inmediata e intrigante: ¿y qué ocurrirá con la multitud independentista que sueña con que ese día le traerá la libertad? Lo he preguntado donde podían tener una respuesta y no lo tienen claro: puede haber una gran agitación callejera, o Puigdemont puede forzar una gran coalición, incluso con la CUP, y convocar elecciones. Y yo me pongo a temblar: unas elecciones con todo el independentismo unido y la oposición dividida y odiada por esa inmensa mayoría que quiere la consulta pueden conseguir lo que la fortaleza de la democracia española prohibió.
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