La Real Academia Española de la Lengua define a bricolaje como «la actividad manual y casera de reparación, instalación, montaje o de cualquier otro tipo que se realiza sin ayuda profesional». He elegido a este término porque, en mi opinión, se aproxima mucho al intento retórico separatista que se desea lograr en Cataluña. En él se puede introducir, con algo de esfuerzo mental, unas prácticas retóricas que anhelan convertirse en reglas para una controversia contestataria de la que es complicado sacar algún tipo de explicación racional.
El término bricolaje implica diferencia detrás del intento que atenta a lo fijado por las leyes nacionales, sobre todo en la Constitución Española, que son pirueteadas por textos y discursos reunidos por un deseo tribal de unificar a todas las personas de un territorio pensado como propio. Es decir, soñado como un lugar diferente y utópico, capaz de recoger y de aunar a los que piensan de la misma forma sobre lo que debe ocurrir en ese lugar. Es decir, es una manera de seguir el estudio realizado por el famoso antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en «El Pensamiento Salvaje» (1962) en donde las formas de pensamiento se identifican, al ser primitivas, con el mundo mágico que se iguala con el bricolaje realizado con medios tortuosos nada comparables a los que utiliza el verdadero artesano.
De todas formas habrá que dar a las instituciones catalanes empeñadas en ese bricolaje el reconocimiento del trabajo mental y propagandístico realizado que, aunque consideramos desfasado y lejos de lo que sería la ciencia sociológica actual, defiende ideas herederas de una ciencia pensada para explicar y clasificar toda una realidad natural y social muy alejada a la del siglo XXI y de la idea de un devenir humano racional.
La utilización de este bricolaje o actividad condicionará a las personas que actualmente viven en este lugar limitado ideológicamente, aunque parezca que ha sido revivido por ingenieros modernos y con una gran perspectiva científica. Así a estos ingenieros del bricolaje separatista se les ha considerado como forjadores de herramientas innovadoras capaces de arreglar cualquier tipo de fallo, dado que poseen un lenguaje apropiado con respecto a la realidad que desean imponer en el lugar.
Pero no hay que dejarse llevar por la ilusión de que todo se arregla con el bricolaje, puesto que detrás de ello, aparece un claro populismo, es decir, una falta grave de profesionalidad. A causa de ello y como parte de un gran esfuerzo consciente por construir e instalar un andamio político peligroso --en donde nunca van a mandar los verdaderos artesanos--, surgirán el grupo de chapuceros de los arreglos por un día que, de la soledad política más profunda, han pasado a sentarse en los escaños parlamentarios. Eso sí, empleando ideas e imágenes que no se corresponden con la racionalidad, el sentido común y el bienestar de todas las personas que viven en el lugar o pasan por allí de vez en cuando.
Esta subida de peldaños en la escalera de los arreglos chapuceros es un asunto que no deja de sorprenderme, vista la pasividad de una sociedad como la que nos ocupa, antes tan aparentemente ilustrada, y hoy en día tan obnubilada por la idea imperialista y excluyente de la diferencia con respecto a las otras partes de España.
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