Alo largo de estos días hemos visto a un Gobierno de perfil bajo tras los atentados de Cataluña. Rajoy ha aparecido, pero con discreción. Lo mismo puede decirse de Soraya Sáenz de Santamaría y de cualquier otro miembro del Ejecutivo español, incluyendo el ministro que ayer compareció por comparecer. Hasta los reyes han estado presentes en los actos y han visitado a los heridos, pero con cierta contención y sin afán protagonista.
Todo el primer plano en cuanto a las fuerzas de seguridad se lo han llevado los Mossos, algunos de cuyos miembros se han convertido en héroes al enfrentarse y abatir a los asesinos con determinación y con riesgo de sus vidas. Ello les ha valido el reconocimiento, no solo en Cataluña, sino en todo el Estado. Es lo que tienen las fuerzas del orden, poco comprendidas en lo cotidiano, pero que, llegado el momento, se convierten en nuestros salvadores.
Pero volvamos a la escenografía política tras los atentados. El protagonismo ha sido de la Generalitat. Rajoy ha decidido que en una situación de grave dolor, con riesgo de que los sentimientos se descontrolen; y en un escenario marcado por el enfrentamiento político y por la presencia de un grupúsculo llamado CUP capaz de cualquier cosa, lo mejor era estar sin estar; o aparecer sin que se note demasiado.
Y no deja de sorprender. La masacre de las Ramblas no compete únicamente a los catalanes, ni es exclusiva suya la prevención y la respuesta antiterrorista aunque sea en su territorio, ni tampoco son suyas todas las responsabilidades cuando las cosas salen mal. Los atentados son un asunto de seguridad nacional y a nadie le debería sorprender que tanto Rajoy como el ministro del Interior hubieran liderado indubitadamente esta crisis. Pero no fue así. La sensación que ha quedado es que el tema lo ha manejado el Gobierno catalán, cual si de un Estado se tratara.
Quizá fuera lo mejor evitar roces con los independentistas para que no explotasen el victimismo en plena tragedia y caminar por este drama pisando huevos. Pero ello, a costa de que quede en entredicho quién de verdad es el que ordena y manda en un asunto como el terrorismo que supera el ámbito autonómico.
Otra cosa es la CUP. El último episodio de los anticapitalistas, antiespañoles y anti lo que se tercie es que no quieren que el rey se pasee por Cataluña. No están dispuestos a participar en un acto de repulsa del terrorismo con él cerca. Ni con el rey ni con el presidente ni con el resto del Gobierno. Dicen que Felipe VI representa «un imperialismo económico que ha financiado a los autores del atentado». La diputada de este ¿partido? Mireia Boya añade: «El rey, que lleva unos días paseándose por aquí, no es bienvenido. Y no solo el rey». Para Boya, dar condolencias y confortar a los heridos es darse un paseo.
A este punto hemos llegado en Cataluña, donde nuestros máximos gobernantes pasan de puntillas para que no se note que lo son; y donde un grupo de chiquilicuatres llamado CUP marca la pauta y es la piedra angular del desafío secesionista.
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