Como en el 11M, la reacción de muchas personas proyectó rayos de luz sobre la oscuridad en que un grupo de fanáticos pretendió sumir a Barcelona. Por ejemplo, la del taxista que intentó bloquear a la furgoneta cuando iniciaba su carrera asesina. O la del hombre que se quedó al lado de un niño moribundo pese a que la policía le advirtió del riesgo de que los terroristas volviesen. O la de la pareja que rescató a una anciana tirada en el suelo tras ser arrollada por personas que huían. O la de los taxistas que hicieron muchas carreras gratis, los hosteleros que cedieron habitaciones a quienes no podían volver a sus casas o sus hoteles en una ciudad bloqueada, o las decenas de ciudadanos que regalaron agua y bocadillos a conductores atrapados en los controles. También la de los policías que reaccionaron con rapidez, eficacia y valor.
Son rayos de luz en medio de la oscuridad que cayó sobre las Ramblas. Y de los puntos oscuros que deben ser aclarados para avanzar en la larga guerra contra lo que alguien ha calificado ya como nacionalislamismo. Entre ellos, la insuficiente coordinación entre cuerpos policiales, afectados por las tensiones políticas; la insólita ausencia de reuniones del órgano de coordinación entre el Ministerio del Interior y la consellería catalana desde el 2009 hasta el pasado mes de julio, el grado de acierto en la valoración del riesgo de que el fanatismo actuase en España... y el oscuro mundo de las relaciones con quienes alientan y financian a los fanáticos.
Los rayos de luz proporcionan alivio en la fase aguda del dolor. Solo desaparecerá a largo plazo y con algo más que declaraciones oportunistas y sin atisbo de autocrítica.
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