Emmanuel Macron es un presidente francés tan novedoso como inesperado, a pesar de que era ya un político conocido antes de concurrir a las elecciones. ¿Cómo se produjo el milagro? Se han dado ya muchas explicaciones, pero las merecedoras de más crédito son las que se fijan en su discurso y en su trayectoria. Macron formó parte del Gobierno socialista de Hollande, pero nunca se confundió con él, ni siquiera en los aspectos formales. Y se presentó al frente de la plataforma En Marche!, cuyo ideario, en términos sociales y económicos, era y es social-liberal, combinando flexibilidad y productividad de un modo novedoso.
¿Le bastó con esto para ganar? No. Macron es el presidente de Francia porque se manifestó como la imagen de un centrista acogedor capaz de formular unas respuestas conciliadoras, equilibradas y sin aristas para todos y cada uno de los problemas. Su propósito era claro: alejarse de la derecha xenófoba, bordear las aristas de una izquierda esclerotizada y fortalecer los principios del Estado sin por ello dejar de modernizarlos y flexibilizarlos. Porque Macron es un defensor claro de un Estado fuerte, pero no de mayor tamaño. Todo esto lo ha dicho con un lenguaje nuevo que a veces habla de cosas viejas, pero siempre con un espíritu renovador, sobre todo a la hora de abordar derechos, deberes y responsabilidades. Su programa está lleno de un sentido común que, al parecer, se había convertido en el menos común de los sentidos en Francia. Así, sus objetivos suenan innovadores y modernos: renovar «la esperanza y el espíritu de conquista», asegurar la seguridad, favorecer el esfuerzo en trabajos dignos, valorar el éxito impulsando la ambición personal y, claro, abolir los privilegios que bloquean el desarrollo. Pero todo esto no es posible lograrlo sin resistencias, en particular cuando se dirige contra los numerosos grupos de interés que paralizan la política y la economía galas. La primera medida afecta al sistema de pensiones y su propuesta es derogar los regímenes especiales. Por esta senda, Macron ya ha empezado a bajar en las encuestas. Pero todavía le queda mucho oxígeno político.
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