De McCain al teatro del absurdo

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza EN VIVO

OPINIÓN

JUSTIN SULLIVAN | Afp

28 jul 2017 . Actualizado a las 08:38 h.

Supongo que a estas alturas casi todo el mundo sabe que el senador estadounidense John McCain recorrió más de 3.000 kilómetros, convaleciente de una cirugía por un tumor cerebral, para participar en una votación en el Senado sobre un tema del que es uno de los principales detractores: la destrucción del sistema sanitario impulsado por Obama y que ha dado cobertura sanitaria a 20 millones de personas que antes no la tenían. Y que lo hizo no para votar no, y aprovechar la circunstancia mediática y afectiva de su presencia en esas condiciones para poner a pan pedir a su promotor -el inefable Trump-, sino para votar a que se discuta, aunque su postura sea contraria a la idea propuesta.

Cuando veo a un político ejercer de tal, me alegro de pertenecer a un mundo libre en el que existe un sentimiento de servicio a los demás, esté o no de acuerdo con sus ideas, porque creo que de la discusión razonable podemos salir beneficiados todos. Pero al escuchar a McCain comentar que aunque las deliberaciones y debates de la sala puedan ser «interesantes» para ellos y basados en principios (en los de cada uno, me supongo), son más tribales y partidistas de lo que nunca recuerda, me parece estar viendo la radiografía de un paciente que ya conozco. Y añade: «Puede que nuestras deliberaciones sean importantes y útiles, pero creo que todos estaríamos de acuerdo en que últimamente no han estado cargadas de grandeza. Y en este momento no están siendo de mucha utilidad para el pueblo estadounidense. Ambos bandos han dejado que esto suceda. Dejemos la historia de quién disparó primero a los historiadores. Sospecho que encontrarán que todos conspiramos en nuestro declive -ya sea por acciones deliberadas o negligencia-. Todos hemos jugado un papel en ella. Ciertamente, yo lo he hecho. A veces, he dejado que mi pasión gobierne mi razón… ».

Recuerdo hace poco escuchar en una tertulia radiofónica a alguien decir que a «ellos» los han votado sus electores para evitar que las políticas de «los otros» se pusieran en práctica, olvidándose de que -en teoría- su puesto exige que sirva a todos los ciudadanos de nuestro país. Y al escuchar a McCain decir que «limitarse simplemente a impedir que tus oponentes políticos hagan lo que quieren no es el trabajo más gratificante», me pregunto si es que hay que acercarse a las puertas de la muerte para entender que la cerrazón, la mala leche, las portadas o los titulares, en fin, la fama, no van a hacer que ninguno escape del destino final que nos espera a todos los nacidos, y que llegaremos mucho más lejos caminando juntos que haciendo cada uno la guerra por su cuenta. Porque más veces de las que me gustaría tengo la sensación de estar viendo la representación de una obra privada de teatro del absurdo, en la que los personajes parece que solo buscan protagonismo y prebendas, siguiendo un guion que cualquier espectador avezado sabe ya que conduce al fiasco, a un final que no satisface a nadie. Pero después de alzarse el telón los actores son dueños de la obra y no hacen caso a los pobres espectadores. Y mucho menos, a los críticos: ¡Qué sabrán ellos si solo son críticos, y no actores!