No estamos locos, que sabemos lo que queremos. Otra cosa es pasar del querer al hacer. Ello requiere poder -y Poder- para distraerse del deber. Hacemos lo que podemos, Luis, tranquilo, dijo a la otra pieza separada de la correa de los azotes. O sea, señoría, que no necesariamente hicieron lo que debían. En fin...
Impresiona este jugar a ser más ingenioso que togados algo torpes o algo amigos o algo qué sé yo, cuando la verdad pasa a ser solo una posibilidad y deja de ser el eje. Y abruma el desparpajo que aconsejan los asesores como sustituto del rigor, porque saben que lo único que se puede aparentar es seguridad. La credibilidad se perdió hace tiempo en estos asuntos de los dineros y las contabilidades de segunda letra del abecedario de la corrupción.
Es interesante -por inédita- la figura judicial que sienta por primera vez a un presidente del Gobierno ante un jurado. Se presupone que su palabra será testimonio veraz, no en propia defensa, sino como luz para iluminar la verdad de las circunstancias de lo que se ha de juzgar. Quién mejor que el patriarca de la familia política que hizo de Mariano Rajoy figura sobresaliente de sus gobiernos y parlamentos y líder máximo de su partido. Pero no. Ese mismo presidente revalidado por el pueblo tres veces consecutivas en cinco años, ha negado toda relevancia e interés por su propio liderazgo o ejercicio de responsabilidad. Caneando las palabras se la jugó al tercer poder, ese que sostiene un pilar básico de la democracia que hoy parece más arena que granito.
Así va sorteando cada piedra en el camino el Partido Popular para convencernos de que la corrupción es inherente a lo humano, que nada de ello nos resulta ajeno y que un buen cocido ha de tener sus garbanzos negros y alguna pieza de cerdo que servir en bandeja. En este banquete, sabían lo que querían.
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