Y la Justicia como espectáculo parió un ratón

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 jul 2017 . Actualizado a las 11:47 h.

La Justicia tiene sus reglas. Y el espectáculo las suyas, que no son ni de lejos coincidentes. Ayer, con motivo de la comparecencia de Rajoy como testigo en el juicio del llamado caso Gürtel, pudimos comprobarlo nuevamente con toda claridad.

Porque si la finalidad que perseguían los abogados que solicitaron que el presidente del Gobierno compareciera hubiera sido contribuir a hacer justicia, habrían tratado de dilucidar sus posibles responsabilidades, como dirigente del PP, en el caso objeto del proceso. Nada más… ni nada menos. En consecuencia, las preguntas de quienes interrogaron a Rajoy se habrían centrado en el caso Gürtel y en tratar de demostrar la eventual implicación de la segunda autoridad del Estado en una trama de corrupción y financiación ilegal del partido que hoy gobierna: nada más… ni nada menos.

Pero no. La finalidad de quienes lograron que Rajoy se sentara en el banquillo, aunque fuera nada más como testigo, era convertir esa imagen en el espectáculo del año, aprovechando la oportunidad que para acabar con la imagen del presidente del Gobierno les brindaba la circunstancia de que su comparecencia fuere emitida en directo por televisiones y diarios digitales. La pena de banquillo -que hoy, no sin motivo, llamamos pena de telediario- constituía ya, en sí misma, un gran triunfo de quienes consiguieron que Rajoy compareciera, al margen de lo que en la sala dijera el presidente del Gobierno.

No contento con ello, José María Benítez de Lugo, el abogado de la acusación popular que asumió el protagonismo del interrogatorio, dirigió su fuego graneado a intentar probar la implicación del dirigente del PP en la financiación ilegal de su partido. Aunque en ello insistió una y otra vez, lo cierto es que la impericia de su actuación profesional, que rozó en todo momento el límite de lo verdaderamente bochornoso, no solo no consiguió sus objetivos, sino que logró, dadas las circunstancias, el más difícil todavía: que, como un bumerán, su interrogatorio se volviera contra él y contra la tesis que trató de sustentar. Y así, desmintiendo todos los pronósticos previos y parapetado Rajoy en la teoría de que él se ocupaba de la política y no de las finanzas, no consiguió Benítez de Lugo hacer ni una diana, mientras el presidente, pese a la debilidad objetiva de su argumentación fundamental, lo dejaba en evidencia, e incluso en ridículo, una y otra vez.

Aunque, claro está, tal evidencia no ha servido para nada: apenas terminada la comparecencia, Pedro Sánchez pedía su inmediata dimisión con la misma solemnidad y rotundidad con que lo habría hecho si Rajoy, en vez de salir airoso de una prueba tan difícil, hubiera salido de ella convertido en un cadáver. Y es que la sentencia política sobre la comparecencia de Rajoy estaba escrita por sus adversarios desde el mismo día que aquella se hizo pública. Pues -por ahí comenzaba- la cosa no iba de justicia, sino solo de espectáculo.