La Antártida pierde el mayor iceberg de la historia. Varias poblaciones españolas registran temperaturas récord. Incendios forestales devastadores arrasan grandes superficies de arbolado. Se registran cambios bruscos de temperatura y se puede vivir una granizada y temperaturas de verano en la misma semana. Llueve menos y cada vez más frecuentemente de forma torrencial.
Para algunos son solo casualidades. Para otros, la demostración palpable de que el cambio climático está aquí y se acelera.
Es un hecho constatado que la temperatura media anual en el mundo ha aumentado un grado desde los tiempos de la revolución industrial. La reciente conferencia sobre el clima celebrada en París se planteó como objetivo que de aquí a fin de siglo solo suba un grado y medio más, con las consecuencias que tal aumento tendrá. Pero no se han fijado los medios para conseguirlo.
Por aquí, el problema no forma parte del debate social ni de las reiterativas discusiones políticas. El Gobierno anunció una ley de cambio climático, pero se lo toma con calma y la oposición no parece situarlo tampoco entre sus prioridades más urgentes. Como si no afectase de forma drástica a las condiciones en que van a vivir nuestros hijos y nietos, esos que hoy van ya al colegio.
Urgen acciones a todos los niveles, desde el posicionamiento exterior a las medidas domésticas, donde hay mucho que hacer, desde la reducción de dependencia de los combustibles fósiles y revertir el frenazo a las energías alternativas, a la gestión del agua como bien cada día más escaso. Pero lo fundamental es situar el problema en el centro del debate político y de la agenda social. Nos estamos jugando la vida de nuestros hijos. Aunque no lo parece.