Casi cogí en bragas a la ciudad: dos servicios de limpieza, algún sonámbulo de la noche pasada por agua, alcohol y/u otros brebajes. Alguna que otra madre de familia que acudía a la compra y, poco más.
Marcaba 15 grados el reloj de la farmacia de Magdalena. Eran las diez de la mañana, dos personas encontré en este primero de julio.
Dos personas, una al final de Cimadevilla y la otra en la puerta de la capilla de la Balesquida. Ambas, tenían rasgos en común: eran hombres, mediana edad, poco más de 50 kg. de peso y atuendos pordioseros.
Al ver al primero, me sobrecogí: estaba tendido y durmiendo en la apertura de la puerta de no más de 1´50 m por 0´40 metros; medio encogido y con toda su hacienda como manta protectora: unos pantalones de pana, una camisa de cuadros y unos playeros. Ese era todo su aval. Eran las 10 y, su hotel de noche seguía con la luz encendida. Su techo protector la jamba de la puerta y las cristaleras, la calle abierta, y en esas condiciones de extrema protección yacía su débil, enjuto y abandonado cuerpo en forma letal.
Me lanzó esta estampa una flecha amarga que traspasó mi sensibilidad madrugadora del primer sábado de julio. Me dirigía, tras las compras sabatinas de El Fontán, a rezar a la Virgen de Esperanza, y esa fue la llamada de atención que me deparó la Virgen antes de llegar a su presencia.
La otra persona, ya no era tan sospechosa. Hoy, era un hombre, entre semana suele haber una mujer. Allí, todos los días del año mientras la luz dore sus puertas, está como ángel custodio de la Balesquida algún pobre. Pobre de miseria.
Cimadevilla, Rúa, Belasquida, eje de un poder civil (Ayuntamiento) y otro religioso (Catedral). Hoy, me habéis mandado un mensaje subliminal: «Qué bien vivimos, los que vivimos BIEN».
Qué nos importan al resto de la ciudad, y a los miles y miles de turistas que a lo largo del año recorren ese eje peatonal. Qué nos importan esos seres humanos: uno, envuelto en la manta que constituye toda su herencia, toda, y en posición fetal. El otro, en posición de cúbito, suplicante, extendiendo el brazo y apretando con su mano, cual trofeo de guerra, un vaso sucio, maloliente, de plástico barato, para quién sabe después haga uso de sus míseras limosnas.
Hoy, la ciudad estaba a media luz, a media gota del frente que estos días nos dejó agua, temperaturas suaves y salud. Hoy, la ciudad no es de todos, de igualdad de trato, de hospedaje y diligencia.
Yo, me encontré con dos en una línea concreta, en un espacio reducido y en un tiempo limitado. ¿Cuántos, también hoy, en otros rincones oscuros, en situaciones que claman clemencia hay en mi ciudad, en sus barrios, aldeas y, en otras ciudades y tantos lugares de mi querida España, de Europa y de la tierra entera?
Qué bien vivimos, los que vivimos bien.
Hoy he cogido en bragas a mi ciudad y en calzoncillos a dos de sus moradores pidiendo a voz en grito: igualdad, respeto, justicia, clemencia.
Comentarios