En estos momentos en España domina el torrente de palabras abusivas de las que se ha eliminado todo significado figurativo. Uno cuando insulta se comporta como si se triunfase de una manera insolente. Es cuando el ofensor tiene acceso al mundo íntimo de las emociones de otra persona, a la que, en el momento en el que se produce la agresión, trata de ejercer un dominio sobre el carácter débil del ofendido. Es el triunfo momentáneo de alguien que quiere aplastar de una manera arrogante a otra persona.
Se insulta porque el que lo hace es parte del perfeccionismo. Al perfeccionismo se le ha asociado a las teorías éticas que caracterizan a la bondad en términos de desarrollo de la naturaleza humana. Es decir, al desarrollo de la racionalidad como capacidad esencial en la actividad humana.
Pero el perfeccionista que usa el insulto como utensilio para dañar al otro emplea la idea de la satisfacción o del máximo logro que puede alcanzar la excelencia de una persona en el arte de la política. Pero este tipo de satisfacción lleva consigo la falta de respeto a las personas.
Se falta al respeto al creer que la otra persona o personas insultadas carecen de capacidad para examinar y revisar la verdadera concepción de lo que es bueno para la vida. Se falta al respeto a las doctrinas en las que cree la persona insultada, ya que al hablar desde la posición perfecta se está cometiendo una coerción, faltando a la individualidad de la persona y a sus ideas. Es el momento en el que el político hace sufrir a la democracia y chirriar a sus propias convicciones que necesitan ser las de un Superman ideológico.
Hoy en día el insulto se oye en la televisión y se usa en los medios de comunicación de la Red. Se piensa que es un resultado emocional de lo que sucede en el mundo, pero es algo impropio. En el ámbito cada vez más amplio de la política, el insulto se justifica con la idea de que el discurso político debe ser libre y surgir sin ataduras. Pero el político se ha olvidado de que en su territorio se encuentra el individuo, sus creencias y sus interacciones con las situaciones sociales; con las representaciones del país en el mundo internacional y sus relaciones; con el sistema político, sus representaciones abstractas y con todo el proceso histórico, económico y cultural español.
La verdad es que en nuestros días, el político español profesional se dedica a decir que está abierto a cualquier nueva idea e interpretación, aunque utiliza el ataque más vehemente a la contribución que otros políticos o expertos puedan hacer sobre cualquier tema que les interese.