Ya ha llegado el verano, comienzan las tardes eternas de tedio y mar; escamas salinas cubriendo la piel, arena de la victoria en los pies. Esos días con la brisa en la cara y la vista en la proa y la veleta, del verde intenso, color botella y aguamarina, del ultimo rayo de sol perdiéndose en el horizonte., de manos callosas y felicidad Moët Chandom.
La mar: poderío e inmensidad; felicidad y vida. Esa mar que conquistar todos los estíos, que se deja conquistar. Un amor de verano, ese amor del que tanto cuesta despegarse; y en septiembre, el último beso y un: Adiós, hasta siempre. El verano comienza el día de San Juan, al menos para mí, no hay verano hasta la Hoguera. Y, el verano nos volvió a coger con la pierna cambiada y la ropa húmeda. Pero algún que otro cuerpo moreno, y esas melenas rubias brillantes, más valiosas que todo el oro de Moscu, se dejaron ver por Gijón.
El plap, plap de esas muchachas pisando fuerte con sus chanclas, son el preludio de la fiesta perpetua. Piel dorada, mejillas rojas, ojos claros, sexo caliente. La tónica de siempre, que a uno tanto gusta.
La Hoguera, lo de siempre: leve olor a chamuscado, humo en el cielo y alcohol galopando por la sangre. La Villa de Jovellanos arde dichosa, qué bonito luce Gijón en las noches de verano.
Entre las llamas y las sombras, algunos se besaban. El amor se salía por el borde de las copas y lo inundaba todo, las hogueras se apagaron. La noche avanza, y ahora son los cuerpos los que prenden fuego a la madrugada: negro azabache, azul neón, rojo carmín, amarillo Brugal; noche mágica.
Todo tiene un fin, menos ser sublime. La noche se acaba, sólo quedan cristales rotos y cuerpos extenuados. Es turno de envainar la espada y arrastrar el cuerpo, mientras el alma vuela, rumbo a casa
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