Guardiola cambia de táctica. Muda su exquisito fútbol elaborado por el juego directo de toda la vida. Sin matices. Carente de sutilezas y de pensamiento. Adiós al arte y a la creación. Todo por un mensaje tosco que llegue a su público, aunque esté lleno de falsedades y sin grandeza alguna. Justo lo contrario que predica en el balompié, donde siempre ha defendido que no vale ganar de cualquier manera.
A quienes primero admiraron su juego sobre el verde y después su pericia como estratega, el nuevo Pep les defrauda. Quizá porque se esperaba de él algo más que un mero trazo grueso populista. O puede que lo que falle sea la expectativa, que esperemos demasiado de alguien que, a fin de cuentas, no es más que un exfutbolista.
Hace unos días, Pep habló de los catalanes como «víctimas de un Estado que ha puesto en marcha una persecución política impropia de una democracia en la Europa del siglo XXI». Habló de una «policía política que elabora pruebas falsas contra nuestros gobernantes». Pidió «más democracia» y ayuda a la comunidad internacional. «Apelamos a todos los demócratas de Europa y del mundo a que nos apoyen en defensa de los derechos hoy amenazados en Cataluña». Y tildó a España de «Estado autoritario».
Produce perplejidad la apelación de Pep al Estado autoritario y que lo haga precisamente en una tierra que vivió una profunda represión, como todos los perdedores de la guerra civil. Franco fue implacable. Y no solo segando vidas, sino también aplastando la historia y atacando lo más íntimo de los pueblos. Así pasó en el País Vasco, donde a una niña de nombre Maite la obligaban a llamarse Amada, o en la propia Cataluña, donde el Registro Civil rechazaba lo mismo un Jordi que una Angels. O para qué ir más lejos, ¿cuántos Lois, Xurxos o Uxías nos encontrábamos en la Galicia del franquismo? El objetivo era laminar la identidad. Eran tiempos duros en un Estado criminal.
Pero Franco murió y España, con sus nacionalidades históricas incluidas, recobró el pulso y comenzó una especie de relanzamiento y recuperación de la cultura. Tanto Cataluña como el País Vasco se desarrollaron hasta alcanzar una cuota de autogobierno jamás soñada y una calidad de vida espectacular. Nadie puede decir hoy en día que no puede sentirse vasco o realizarse como catalán porque hay una imposición española que lo impide.
En el caso catalán hubo más opresión desde la autonomía hacia todo lo español, que desde el Estado a todo lo catalán. De forma sistemática, el aparato del poder catalán potenció todos sus elementos identitarios muy por encima de cualquier símbolo español.
Por ello, es un insulto que Guardiola hable de España como de un Estado opresor y autoritario. Miente a sabiendas. Desconcierta que un amante de la excelencia en el juego como él se convierta en un marrullero de la política. Él, a quien no le importó ser embajador de Catar, quizá porque el autoritarismo mezclado con millones de euros nos hace ver que los derechos humanos de algunos están sobrevalorados.
Tanto repetir por Barcelona el «España nos roba» puede que el millonario Pep haya llegado a creérselo, pero hablar de que España es un Estado autoritario y que oprime a los catalanes es un insulto a todas aquellas Maites, Jordis y Uxías a quienes un Estado represor de verdad robó hasta el nombre. Guardiola quiere ahora robarnos también la honestidad democrática.