Decía el gran político cordobés José Sánchez Guerra (varias veces ministro, y presidente del Consejo de Ministros, durante el reinado de Alfonso XIII), que en el «arte político», tres cosas son esenciales: «Saber escoger, saber esperar y saber dimitir». Pues bien, no cabe duda de que el reelegido secretario general del PSOE ha sabido hacer bien las tres. Su incuestionable victoria en las elecciones primarias del pasado 21 de mayo, ha puesto al maltrecho partido socialista en sus manos. Y así, mientras otras organizaciones políticas han pasado, en un tiempo record, de la ingenuidad de la democracia asamblearia al realismo del centralismo democrático, la nueva dirección del partido socialista parece haber tomado el camino contrario y promete dar mayor protagonismo a los y las militantes, consultándoles todas y cada una las cuestiones de interés que se susciten, sometiendo a referéndum los acuerdos del comité federal.
Habrá que ver como se concreta y articula esta propuesta, pero de ser así, sería algo novedoso en la cultura socialista. El PSOE nunca ha sido un partido asambleario. A decir verdad, no lo han sido, ni este, ni ninguno de los grandes partidos de masas surgidos en Europa a partir del siglo XIX. Como señaló el premier británico de la era victoriana, Benjamín Disraeli, «party is organized opinion» (un partido es opinión organizada).
Y aunque nadie puede discutir la legitimidad de Pedro Sánchez y de su equipo para tomar de nuevo las riendas de la organización, lo único que podemos pedirle a nuestro secretario general, desde la más absoluta lealtad, es que marque un rumbo claro y coherente, lejos de los cantos de sirena y del oportunismo de algunos, dentro del partido, que antes lo detestaban y ahora lo aclaman como el único mesías que puede conducirnos a la tierra prometida. Si la nueva dirección, ha decidido dar un giro radical a la organización interna del partido después de casi 140 años de existencia, dando prioridad a las formas de democracia directa en detrimento de la democracia representativa y «empoderando» a los militantes y las militantes como una forma de controlar las decisiones de órganos como el comité federal, lo mínimo que se le puede exigir es que lo haga por convicción y no por oportunismo electoral o como un mero intento de blindar la figura del secretario general, copiando modelos «presuntamente» asamblearios (al final se ha comprobado que no lo eran tanto) y que, al parecer, han cautivado a millones de votantes, antaño socialistas. Si entendemos que ese es el mejor cauce para lograr una mayor participación de la militancia en los asuntos que afectan al partido, hagámoslo, pero hagámoslo bien.
Señalaba el filósofo hispano romano Lucio Anneo Séneca que «ningún viento es favorable para aquel que no sabe hacia donde dirigir la nave». Pedro Sánchez ha sido aupado a lo más alto de este gran partido, con el apoyo de la mayoría de militantes y afiliados. De él depende encauzar todo ese torrente de ilusión y no frustrar las expectativas y esperanzas de tanta gente. Y puede estar seguro de que, en esa difícil singladura, va a poder contar con la lealtad de la totalidad de los que formamos parte de esta organización. Nos jugamos demasiado en este envite.