Hace unos días, tuve la positiva experiencia de participar en un seminario organizado en la Universidad de Oviedo por la federación que aúna a los empleados públicos de UGT (FeSP UGT). Bajo el título de «Construyendo la identidad regional. La Asturias del mañana» las jornadas fueron una estupenda ocasión para reflexionar conjuntamente sobre los retos y oportunidades que tenemos como sociedad y, dentro de este ámbito, lo que se exige al sindicalismo del siglo XXI.
Los sindicatos hemos tenido un papel protagonista en la consolidación de la democracia y la justicia social. Hemos conquistado derechos y libertades gracias al trabajo, al esfuerzo, al inconformismo y a la determinación de nuestros afiliados, nuestros responsables sindicales y de los trabajadores y trabajadoras en general que nos han apoyado en la movilización. Hemos peleado y luchado, nunca nadie nos ha regalado nada.
En los años 80 veníamos de una dictadura, partíamos de la nada, no había ordenadores, ni Internet, ni móviles, ni WhatsApp. Se hacía un sindicalismo directo en el tajo, en la calle, cara a cara, y había mucha ilusión por conquistar derechos y un sentimiento de unidad muy importante. Las movilizaciones eran con mucha gente.
Pero las cosas avanzan ahora vertiginosamente. Nunca en la historia de la humanidad los cambios sociales han sido tan rápidos como en los últimos años. Los sindicatos tenemos que adaptarnos a esta nueva gente joven, que no conoció la dictadura, que está mucho más formada y preparada a pesar lo cual se encuentra en situación de precariedad y que demanda una respuesta eficaz a los sindicatos.
Así, tenemos grandes retos los sindicatos del siglo XXI. En primer lugar, debemos desarrollar una labor pedagógica dirigida a los jóvenes, para que constaten la necesidad de afiliarse. Solo con unos sindicatos fuertes pueden conseguir condiciones dignas en el trabajo y un plan de futuro y de vida. Y no vale con pagar una cuota. Los sindicatos son un instrumento para ayudar, pilotar, dirigir, asesorar… pero son los propios jóvenes quienes tienen que movilizarse y pelear.
Además de a los jóvenes, tenemos también que mejorar la presencia en el sindicato de otros colectivos, como los parados de larga duración y los inmigrantes. Y también las mujeres. Éstas tienden a estar ocupadas fundamentalmente en el sector servicios, donde la tasa de afiliación es menor que en otros sectores como la industria o la construcción. Tenemos que conseguir más afiliación femenina y romper esa extendida división del trabajo en función del sexo que trae consigo mayor brecha salarial y menores pensiones o prestaciones por desempleo para ellas.
También es importante que ganemos imagen en la sociedad. Es necesario regular la labor sindical, porque, en primer lugar, ahora estamos haciendo una función legisladora que no se paga: representamos a todos, pero los costes los asumen únicamente nuestros afiliados y afiliadas. Con ello, además, se mejoraría en transparencia y se conocería mejor qué hacemos, dónde estamos, a quién representamos y cómo nos financiamos.
Hay una cierta desafección hacia los sindicatos, porque se nos percibe pegados a los poderes públicos, aunque en la mayoría de los casos no sea así. Ello, en todo caso, requiere remarcar nuestra independencia e implicar más a los afiliados en la toma de decisiones.
Tenemos también que dar respuesta al cambio tecnológico que va a suponer variaciones importantes en el trabajo, porque para producir lo mismo se necesitarán muchos menos trabajadores. Así, debemos exigir que los beneficios de esta tecnología lleguen a todos por igual. Por eso hay que empezar a gravar las rentas del capital y de las empresas. Dicho coloquialmente, que los robots empiecen a cotizar.
La tecnología va a suponer la desaparición de un número importante de empleos y por tanto hay que apostar por la formación y la cualificación de los trabajadores, especialmente aquellos de mayor edad que han sido expulsados del mercado de trabajo y a los que es prioritario volver a insertarse en el mundo laboral.
Otro de los retos de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) es regular su uso. Los sindicatos hemos conseguido tras duras luchas en el pasado regular la jornada laboral, sin embargo, hoy en día, con el uso de los nuevos dispositivos móviles (smartphones, táblets o portátiles) esta jornada se ha vuelto difusa, pues se obliga al trabajador a estar permanentemente localizable y pendiente del trabajo, incluso en sus horas de descanso. Es necesario, por tanto, regular el derecho de los trabajadores a desconectar de su trabajo, lo que se conoce como desconexión digital, y no recibir mensajes ni correos electrónicos una vez finalizada su jornada. Francia ha sido el primer país en abordar el problema, si bien la regulación se limita a una negociación entre las partes, sin que haya quedado fijada en una ley la definición del derecho ni las sanciones en caso de incumplimiento. Del mismo modo, es necesario regular nuevas formas de trabajo que han surgido por la irrupción de las tecnologías de la comunicación, como por ejemplo el teletrabajo.
Además de esto los sindicatos deben avanzar en el campo de la racionalización de horarios laborales con el objeto de igualar estos con la media europea y así ayudar a conciliar vida laboral y personal.
Además, desde los años 80 hasta hoy el tejido empresarial ha cambiado mucho, en estos años predominaban empresas de gran tamaño y con un fuerte peso del sector industrial. En este tipo de empresas los sindicatos tenían tradicionalmente una mayor implantación, pero el nuevo modelo productivo tiende a la reducción del tamaño de las empresas, abusando de la subcontratación, por eso tenemos que ser capaces de entrar en estas pequeñas empresas terciarias y exigir el cumplimiento de la legalidad por parte de las empresas multiservicios.
También tenemos que mejorar nuestra presencia en ramas productivas como servicios financieros o servicios a empresas que han crecido en los últimos años y donde la afiliación es muy baja debido al tipo de trabajo y suelen primar las negociaciones individuales entre empresa y trabajador.
En otro orden de cosas, muchas decisiones políticas que nos afectan se toman en Europa. Por lo tanto, necesitamos apostar por sindicatos europeos fuertes y unidos y ser conscientes de que la unidad de acción con CC OO no es una opción, sino un derecho de los trabajadores y trabajadoras.
Los sindicatos tenemos que defender a los trabajadores, no debemos nunca firmar acuerdos que no supongan de verdad mejoras. Eso significa que no podemos entrar en el chantaje ni competir en el reparto de la miseria, es decir mejor 500 euros al mes que nada, o un contrato de un día que no tenerlo.
Y tenemos que combatir las políticas de austeridad que se aplican en la Unión Europea y en España y que lo único que traen es precariedad laboral, desigualdad, insolidaridad, recortes en educación, sanidad, igualdad, políticas activas de empleo, y sobre todo mucha corrupción. Son políticas que afectan a los colectivos más débiles -pensionistas, mujeres, jóvenes, desempleados, y refugiados- y que se desarrollaron a través de reformas laborales que han debilitado la negociación colectiva y a los sindicatos.
Son además políticas que ponen en discusión la Europa de los valores, de los derechos universales, de las libertades fundamentales, que generan mucho descontento, que hacen que muchos se cuestionen el sentido de su pertenencia a la Unión Europea, y que propician el florecimiento de partidos populistas, extremistas, xenófobos para los cuales son presa fácil los ciudadanos descontentos.
Los sindicatos del siglo XXI tenemos muchos retos por delante. La Unión General de Trabajadores está cambiando para afrontarlos con más eficacia. Hemos modificado nuestras estructuras para ser más transparentes y adaptarnos mejor a la realidad de los trabajadores, para estar más pegados a los centros de trabajo. Lo estamos haciendo con determinación, con inconformismo y con optimismo sobre un futuro en el que los sindicatos siempre van a ser necesarios.
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