Parece ser que la conciencia dormida de nuestros políticos europeos empieza a despertar, sobre todo después del triunfo de Macron en Francia. «Europa tiene que cambiar. Queremos más Europa», dicen. Muy bien. Muchos lo venimos diciendo esto desde hace años. Pero lo que no está muy claro es qué debe cambiar según ellos, qué Europa es la que quieren. ¿Una Europa realmente democrática y de los ciudadanos o una Europa de los Gobiernos y de los partidos políticos? ¿Una UE en la que el Parlamento Europeo esté dependiendo de los partidos nacionales o una Europa en la que los ciudadanos tengan algo que decir?
Lógicamente no me puedo fiar de las buenas intenciones de unos políticos cuyos partidos han venido bloqueando desde hace años la integración europea. Hace muchos años que vamos caminando hacia otra Europa, pero hacia una Europa menos social, más nacionalista, menos solidaria. Lo primero que deberían hacer todos estos políticos que desde hace unos minutos nos están hablando de la necesidad de un cambio, más por miedo que por convicción, es pedir perdón públicamente por haber prostituido la idea de Europa. Son ellos los que con su abandono de los principios fundamentales de los tratados han estado abonando los populismos, la eurofobia y la xenofobia. Teóricamente se le ha dado más poderes al Parlamento Europeo, pero en la práctica, las decisiones importantes están en manos del Consejo de la UE y del Consejo Europeo, es decir, de los políticos nacionales.
No me estoy inventado nada. Lo tenemos bien claro en los tratados. ¿Cómo es que los parlamentos nacionales pueden controlar al Parlamento europeo? ¿Pueden acaso los parlamentos nacionales controlar a los parlamentos regionales o se dejarían ellos controlar por los parlamentos autonómicos? ¿Entonces? ¿Dónde está la división de poderes? ¿Cómo es que un país puede privar a los ciudadanos de la ciudadanía europea, sin que el Parlamento europeo pueda decir nada, como en el caso de los ciudadanos británicos contrarios al Brexit? ¿Cómo es que se dejó así, alegremente, en manos de cualquier Gobierno el abandono de la UE, como si se tratara de club privado, prescindiendo de los lazos que habían creado entre todos los ciudadanos de la Unión? Todo este se funda en modificaciones introducidas en los Tratados de la UE.
«Basta ya de estar pensando constantemente en ampliaciones», nos dice estos días la patronal francesa. Hay que establecer los límites de la UE. Muchos de los países que están dentro no deberían haber entrado porque ni llegaban a los estándares democráticos mínimos ni tenían la intención de avanzar a una integración política, como dicen los tratados. Y esto no quiere decir que la UE deba ser insolidaria y no preocuparse por ayudar a sus países vecinos. Hay otras formas de ayudar y de colaborar. Ha primado la idea de un gran mercado por encima de la integración solidaria.
Lleva razón la patronal francesa. Es curioso que incluso una patronal tenga que dar a los políticos lecciones de europeísmo. Pero es que la patronal francesa vive en un mundo real, no en el mundo virtual y de endiosamiento, que es el mundo de los políticos.
¿Una Unión Europea diferente? Sí, más social, más democrática, una Europa de los ciudadanos, no de los Estados ni de los partidos políticos, con partidos transeuropeos independientes de los partidos nacionales. Una Europa que exija austeridad a los partidos políticos nacionales, no a los ciudadanos, una Europa solidaria, en la que los países ricos no se estén aprovechando económicamente de los dificultades de los países pobres, con una «convergencia presupuestaria, fiscal y social», como dice la patronal francesa.
Son muchos los movimientos ciudadanos proeuropeos que están surgiendo últimamente. Unamos fuerzas. Si se hundiera Europa, se hundiría también nuestra democracia.
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