No cesan desde el domingo los suspiros de alivio porque los franceses hayan frenado a la extrema derecha. No logran, sin embargo, silenciar ni el riesgo que ha corrido y aún corre Europa ni el hecho de que Francia registró el domingo una abstención histórica y un no menos histórico respaldo a una fuerza xenófoba y aislacionista.
En ambos datos no es desdeñable la influencia de la tibieza de opciones que se presentan como la izquierda del futuro ante la posibilidad de que Le Pen se alzase con el poder. La resistencia de esa nueva izquierda a pedir el voto para Macron como antídoto contra una posible victoria de los xenófobos contrasta con la decidida postura del exministro griego Varufakis reclamando abiertamente ese apoyo. A quienes mantenían una cierta equidistancia entre Macron y Le Pen les recordó que el ya presidente electo francés asumió el riesgo de ser casi la única voz discordante de apoyo a Grecia en el coro europeo que en la primavera del 2015 exigía los drásticos ajustes que aun hoy siguen asfixiando a los griegos.
Para Varufakis, que no ocultaba sus profundas diferencias ideológicas con Macron, estaban claras las prioridades. Aunque sean muchos los que ven hoy a la UE como una orquesta que desafina, la diferencia está entre quienes quieren disolverla y que cada uno vuelva a tocar por su cuenta y quienes prefieren potenciarla para que suene de forma armoniosa.
Los próximos meses serán decisivos para saber quiénes son capaces de integrarse en orquestas solidarias o esconden bajo una apariencia de brillante solista la incapacidad para ceder una parte de su protagonismo y articular una propuesta común en beneficio del conjunto.