Un montón de gente...

OPINIÓN

24 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy terminando de leer Gamonal. La historia desde abajo. Un libro escrito por mi compañero, el politólogo José Medina, de la Secretaría de Relaciones Internacionales de Podemos, y su amigo, el periodista Marcos Erro; ambos originarios del popular barrio burgalés.

En el libro se relatan con detalle los antecedentes, el contexto y proceso de uno de los más recientes éxitos de la movilización popular frente al abuso institucional. Un levantamiento que tuvo réplicas solidarias en otras ciudades españolas y consiguió detener, en enero de 2014, una operación urbanística orquestada por los caciques de la ciudad: la construcción de un costoso bulevar en la principal vía de acceso desde Gamonal al centro de Burgos.

Gamonal es un barrio «obrero», el más poblado de la ciudad, con un largo historial de antagonismo con la élite político-militar capitalina. Deficitario en servicios públicos dada la histórica discriminación en gasto social, y afectado especialmente por el paro como consecuencia de «La Crisis», esta obra iba a suponer, además de un gasto obsceno por despreciar las necesidades históricas del barrio, la pérdida de aparcamiento público gratuito y la construcción de aparcamientos privados que la mayoría, probablemente, no podría pagar. Una decisión del alcalde, en contra de la opinión mayoritaria de los vecinos, que iba a beneficiar a uno de los principales constructores de la ciudad, dueño, además, del Diario de Burgos y co-propietario de Radio Televisión de Castilla y León (acreedora, a su vez, de una conflictiva reputación fiscal). Un empresario condenado dos décadas antes por el «caso de la construcción», al que se asomó en su día otro alcalde del PP, Bárcenas y Aznar, entre otros; el típico ejemplo de la correlación inversa entre ambición y ética. Un relato, en fin, con casi todos los elementos de una novela de mafia y corrupción política.

A pesar de acumular tantos factores que invitaban a una insurrección unánime, no dejó de causar sorpresa la aparente rapidez con la que se resolvió el conflicto: en poco más de una semana, después de la primera concentración vecinal, disturbios y detenciones por medio, el alcalde anunció la suspensión definitiva del proyecto.

Supongo que buena parte del éxito se puede atribuir, al margen de la insultante osadía de los caciques, a que la comunidad compartía objetivos y expectativas, ligados a una estrategia coherente: detener la obra en primer lugar, y la renuncia al proyecto por parte del ayuntamiento, a continuación. Intuyo que si hubieran tenido que ponerse de acuerdo en un proyecto alternativo, las discrepancias surgidas por objetivos y expectativas de un colectivo diverso habrían conducido a una dispersión más favorable a los intereses del constructor.

El éxito político de una iniciativa popular requiere un buen ajuste entre objetivos, expectativas y estrategia, particularmente en los contextos adversos en los que suele originarse. Ajuste tanto más necesario a la hora de construir una nueva organización política desde abajo, cuya aspiración es subvertir el statu quo, y que se nutre de indignados, insumisos, apartidistas y expartidistas, de estos últimos incluso aquellos que aún se encomiendan a símbolos y decálogos como si de amuletos se tratasen.

Un adversario común no es condición suficiente para articular un proyecto político solvente que satisfaga, además, las expectativas de una mayoría social cuya confianza es imprescindible para el éxito -electoral, para empezar-. Un proyecto cuyo objetivo es la liberación de un gobierno cooptado por el poder económico y la emancipación social de un sistema que tiene abducida a la ciudadanía, hasta el punto que consigue hacerla convivir, indolente, con el saqueo institucional, no se logrará tanto por la asimilación de objetivos de representantes y representados («qué se quiere»), como por la de expectativas («qué se puede alcanzar») y el establecimiento de una estrategia consecuente y contingente con un contexto en evolución. Una de las claves está en que la estrategia debe tomar como referencia las expectativas de quien es sujeto paciente, y no agente, de la iniciativa política; es decir, las de la ciudadanía, no las del partido, habida cuenta de que sus objetivos no son los mismos.

Y es que, como decía Aristóteles, un montón de gente no es una República. Así como una agregación de consignas no es proyecto político.

(continuará)