Estamos nuevamente ante el 8 de Marzo, día internacional de la Mujer Trabajadora, en el cual no faltarán los discursos institucionales y sería bueno preguntarse en qué medida ha cambiado la situación de las mujeres desde aquel 1909, en que muchas trabajadoras dejaron su vida por defender la dignidad y sus condiciones laborales.
Trabajo es todo lo que se hace para cubrir las necesidades de producción de la vida humana. Por tanto no puede reducirse a empleo o trabajo remunerado, a aquel que se intercambia por salario.
Esa simplificación ha dado lugar a la invisibilidad del trabajo doméstico, cuya responsabilidad recae casi en exclusiva sobre las mujeres (amas de casa, paradas, eventuales, empleadas, jubiladas).
Dos terceras partes del trabajo social corresponden a trabajo no remunerado del que más del 80% es trabajo doméstico, sin el cual el sistema capitalista sería incapaz de funcionar.
Sin olvidar que el modelo económico capitalista genera un paro masivo, una precarización generalizada del empleo y un aumento de la pobreza y la desigualdad, no podemos dejar de denunciar los defectos del problema también patriarcal, que se ceba especialmente sobre las mujeres y se traduce en:
Dificultad para el acceso al mercado laboral reflejada en una baja tasa de actividad femenina (casi la mitad que la de los hombres).
Una tasa de paro que duplica a la de los hombres y una tasa de empleos temporales superior.
Una fuerte segregación horizontal (concentración mayoritaria de mujeres en ocupaciones distintas a las de los hombres, es decir, ramas feminizadas consideradas tradicionalmente más propias de mujeres y que tienen mayor índice de contratación temporal a tiempo parcial) y también una segregación vertical (concentración mayoritaria de mujeres en los escalafones profesionales más bajos).
Un salario medio inferior al 35% al de los hombres, diferencia que es más acusada, en el sector privado que en el público, y que se aplica sobre la segregación mencionada, la disconformidad en la vida laboral para atender el cuidado de hijos/as, la desigualdad, valoración de los trabajos de igual valor y la aplicación de sistemas de clasificación profesional discriminatorias.
Subempleo con contratos a tiempo parcial, en los que la presencia femenina duplica a la masculina, como medio para obtener algún ingreso y seguir haciéndose cargo de la atención familiar.
No contratación, no renovación de contrato y despidos encubiertos de mujeres ante la amenaza para el empresario de los permisos de maternidad. Situaciones de acoso sexual, que se ven intensificados cuanto mayor es la vulnerabilidad y la precariedad de la mujer en el trabajo.
Trabajo en la economía sumergida desarrollado sin las mínimas condiciones laborales.
Feminización de la pobreza, etc.
No sólo cada 8 de marzo, sino todos los días del año, debemos denunciar, cómo el mercado globalizado esclaviza en especial a las mujeres. Hay que exigir al próximo gobierno una ley de igualdad en el empleo, entre hombres y mujeres, para combatir los fuertes déficits que presenta el empleo femenino y garantice una contratación indefinida de las mujeres.
Hay que rechazar de forma especial el alto grado de violencia machista que sigue incrementándose en el trabajo y en la vida diaria de las mujeres, en el hogar y en cualquier otro lugar.
La tan demandada Ley contra la Violencia de Género, no pone el acento necesario en la prevención de las políticas sociales para que las mujeres superen las situaciones de violencia y no cuenta con la financiación necesaria para hacer efectivas medidas que contribuyan a erradicar de raíz esta sinrazón intolerable entre los humanos.
Toda la sociedad en general debemos de reafirmar nuestro compromiso con la erradicación de la violencia machista y con la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, impulsada también desde el ámbito de la negociación colectiva.
Las mujeres trabajadoras deben incorporarse a la lucha social, para avanzar hacia la igualdad de derechos sociales y laborales.
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