Hay algo que se torció en enero del año pasado, cuando después de los resultados de las elecciones de diciembre, Rajoy no vio muy claro el panorama y decidió que, pese a ser el candidato con mayor número de votos y también con más escaños en el Congreso, no optaría a presentar su candidatura a presidente del Gobierno. Lo que vino después ya lo sabemos todos y no vamos a perder aquí unos párrafos haciendo un resumen; la clave de este asunto es que nunca se había usado el ventajismo en nuestro parlamento de una forma tan descarada. Y fue un hito que marcó el devenir del adelanto electoral, de la presente legislatura y probablemente de muchas instituciones del Estado, y también de varios partidos, que van camino de hundirse en un pozo de desconfianza, arrastrados por la absoluta falta de escrúpulos de nuestro presidente.
El caso del presidente de Murcia (el hombre que afirmó que dimitiría si era imputado y, una vez ocurrido, si te he visto no me acuerdo) ha puesto en cuestión no sólo la falta de temple de Ciudadanos, que asisten como si no fuera con ellos a cómo se convierte en papel mojado su pacto con medidas anticorrupción; sino también, y esto es muy grave, al respeto mínimo a la separación de poderes con una purga de fiscales descarada, a plena luz del día y sin el menor complejo. La arrogancia y la chulería con la que el Gobierno y el ministro de Justicia se han conducido, este último grabado hablando por teléfono con Pedro Antonio Sánchez para explicarle cosas en pleno escándalo, es un ejemplo de impunidad que si ya resultaba inédito con una mayoría absoluta como la que gozaban la pasada legislatura, resulta totalmente intolerable siendo este un Ejecutivo en minoría. Pero ¿dónde está la oposición, a qué se dedica?
Ciudadanos probablemente lleguen al lunes totalmente desacreditados y dando a su palabra el valor de una baratija. El PSOE está inmerso en una guerra civil en la que ya se han cruzado todos los rubicones, no se van a hacer prisioneros y no tiene modo alguno de que termine bien. Ya no. Después de facilitar la formación del Gobierno con una abstención, Eduardo Madina presumió de que la precariedad parlamentaria del PP les permitiría crujir a Rajoy. No lo vemos por ningún lado. El presidente es de goma, no se puede quebrar a quien tiene una flexibilidad infinita y la seguridad de que no hay peligro alguno en el horizonte. Tampoco se ve el menor ánimo en la oposición de plantarle cara por nada. La izquierda ha desertado, está ensimismada en sus cuitas internas, está acongojada por la realidad. De momento, el mayor hito parlamentario de Podemos ha sido cambiar de sitio en su bancada a los perdedores del congreso de Vistalegre; IU está de camuflaje con un Garzón al que le divierte que la gente no sepa muy bien de qué palo va y está entregado a un cuñadismo de izquierdas que es tan sonoro como inútil. Todos ellos no es ya que sean incapaces de ponerse de acuerdo para adoptar una postura común frente al gobierno, es que ni siquiera podrían lograr mantener un mínimo de coherencia dentro de cada uno de sus propios grupos. Si hubiera otras elecciones a corto plazo, sin duda Rajoy pese a todos los desmanes posibles aumentaría aún más su mayoría porque enfrente sólo tiene saltimbanquis, su alternativa no es creíble.
Llegamos así a un país en que ya se ha asumido con normalidad el plasma en las comparecencias presidenciales, el NODO consolidado en TVE, el control de jueces y fiscales, sin más ley que la del embudo, donde se puede cambiar de forma retroactiva los contratos de los investigadores para tornarlos becarios y ahora ya, de remate, sin oposición. Es un INRI grabado a fuego, cada letra, cada I, cada R y cada N, en la cara de todos aquellos que votaron otra cosa que no fuera el PP. A un montón de señores muy serios y moderados todo esto les parece asunto menor porque por encima de todo está la estabilidad. Otros, revolucionarios de Falomir Juegos, disfrutan construyendo castillos en el aire y lanzando fuegos artificiales que hacen ruido y brillan pero no pueden quemar, son humo, no son nada; el espectáculo no debe continuar.
Y es precisamente esta inacción, la caradura con la que el gobierno se escapa de toda responsabilidad, la desesperanza de asistir a este desierto de ideas y de iniciativas, todo eso es lo que mina la confianza en las instituciones. No para mañana, ni para pasado mañana, pero se ha iniciado un camino del que cada vez será más difícil volver.
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